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El grueso del gravamen debería financiar a las emisoras del Estado nacional para cumplir con finalidades <br />

culturales, educativas y cívicas. El 28% asignado al organismo regulador es una proporción muy alta y sólo se <br />

explica por el afán de montar una estructura de control desproporcionada. <br />

Los problemas generales de la Ley 26522 surgen a partir de un análisis contextual efectuado más allá de su letra estricta <br />

y de considerar las verdaderas intenciones del gobierno. Se encuentran disimulados entre cláusulas que aparentemente <br />

buscan promover nuevos medios y situaciones “antimonopólicas”, pero que en la práctica implicarán sutilmente la <br />

reducción de la libertad de expresión efectiva y le darán una voz central al gobierno, entendido este en su rol de <br />

oficialismo político. De ser aplicada hasta sus últimas consecuencias, la Ley 26522: <br />

1. Crearía un sector privado débil, al que le será difícil operar en economías de escala. Esto le restará fuerza para <br />

promover un periodismo de calidad o para invertir grandes recursos en programación (lo que lo forzará a competir <br />

por programas extremadamente masivos y desalentará contenidos más especializados). Tendrá también menos <br />

capacidad para resistir presiones. <br />

Ese sector privado débil —además de situar al sistema de medios argentinos en una posición desventajosa en <br />

tecnología y contenidos— lo sujetará a la influencia del gobierno de turno, vía presiones o publicidad oficial. <br />

Por supuesto, esta situación es muy diferente a un objetivo legítimo de fijar límites razonables para evitar situaciones <br />

de verdadera concentración monopólica o anticompetitivas. <br />

2. Crearía un nutrido sector de medios oficiales, con cerca de 2.500 frecuencias en principio reservadas, un número <br />

considerable. Pero no se trata sólo de un problema de cantidad. La ley es muy débil para imponer en esos medios <br />

obligaciones de pluralismo, contenidos no propagandísticos y una apertura a todas las corrientes políticas y de <br />

pensamiento. Más aún, es absolutamente inefectiva si se repara en la programación de Radio Nacional, Canal 7 o <br />

varias emisoras universitarias o municipales. <br />

A menos que se instituyan normas muy claras y minuciosas (que no están en la Ley de Medios), que exista la voluntad <br />

del poder político de respetarlas y que a la vez sobrevenga un cambio cultural en directivos, productores y <br />

comunicadores, no existirá una “radiotelevisión pública” que merezca ese nombre. <br />

Sin esas condiciones, los medios estatales estarán siempre inclinados a dar una voz hegemónica al grupo gobernante <br />

y serán plataformas para intentos de control informativo y de manipulación de la audiencia. Asimismo, serán también <br />

un tentador y poco transparente botín político para repartir entre “amigos” de la comunicación (productoras que <br />

vivan exclusiva o predominantemente de contratos nacionales, provinciales o municipales) o de otros ámbitos <br />

(punteros, “acomodados”, contratistas varios). <br />

Con Ley de Medios o sin ella, el gobierno de los Kirchner tuvo desde 2003 la oportunidad de “democratizar” las <br />

emisoras y canales en su poder y convertirlos en una verdadera radiotelevisión pública independiente. De hecho, <br />

aunque parezca hoy inverosímil, se proclamó en un principio la intención de ir hacia un modelo similar a la BBC <br />

británica (ver E.06.2003, El jefe de Gabinete, Alberto Fernández…). Sin embargo, con el kirchnerismo los medios <br />

estatales terminaron más oficialistas y propagandísticos que nunca. <br />

Aun cuando la Ley de Medios dispuso la incorporación de un par de representantes de partidos no oficialistas en el <br />

directorio de RTA, su presencia es hoy completamente simbólica e inefectiva. La ley tampoco logró que exista una <br />

cobertura periodística de buena fe en Radio Nacional o Canal 7 ni la presencia de los distintos sectores políticos o <br />

artísticos en las transmisiones. Se contratan casi exclusivamente comunicadores y artistas que son partidarios o <br />

amigos del kirchnerismo, incluso en los medios que supuestamente brindan contenidos culturales-­‐educativos de alta <br />

calidad, como es el caso de la señal Encuentro. Sin embargo, tales medios son patrimonio de todos los argentinos, <br />

quienes los financian con sus impuestos. <br />

3. Crearía un sector sobredimensionado de medios sin fines de lucro (en teoría el 33% del total), que en el mejor de los <br />

casos tenderá a la precariedad y en el peor será integrado mayoritariamente por organizaciones oficialistas o <br />

cooptadas mediante la pauta publicitaria oficial o subsidios políticos discrecionales. <br />

4. Desmontaría grupos de medios mediante la “desinversión”, cuya concreción real (no la división por socios, familiares <br />

o testaferros) provocaría una venta simultánea a gran escala de medios en funcionamiento. Emisoras de radio, TV, <br />

señales de cable y sistemas de cable ya existentes y con audiencia construida a lo largo de años podrían así ser <br />

adquiridas de manera forzosa y a bajos precios. Un gobierno con la suficiente voluntad y fortaleza política podría <br />

armar un aparato de propaganda con los componentes de los grupos “desinvertidos” (el kirchnerismo jugó con esta <br />

idea pero no llegó a concretarla: en parte porque en el interín muchos empresarios amigos lograron comprar o <br />

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