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ROSARIO GARCÍA LÓPEZ–TEORÍA Y DIDÁCTICA DE LA TRADUCCIÓN
obviando las posibilidades del texto idiolectal, también en nuestra cultura, y el valor
comunicativo que el ritmo implicativo le imprime como marcador, en este caso, de los
sentimientos que, en ese momento, invaden a uno de los personajes. Dichos marcadores,
en esta traducción imaginaria, han sido neutralizados, resaltándose casi exclusivamente los
de la función informativa.
Si el texto como acto de comunicación es el que impone el sentido y empleo de los
diferentes elementos verbales, tampoco resulta válido el concepto “unidad de traducción”.
Este concepto, también al parecer de herencia lingüística (“unidades de sentido”, en
realidad, de significado), presupone que el acto comunicativo puede parcelarse, siendo su
valor comunicativo final el resultado de la suma de todas esas pequeñas partes o unidades.
Una vez más, creemos que se confunde significado con sentido. El primero, el significado
de un texto, es el conjunto de los valores aparentes de los significantes que lo componen.
Es una categoría lingüística y objetiva, claramente convencional 1 , en tanto que el sentido
depende de todo un contexto, integrado por factores tales como la intención del autor, sus
objetivos e intenciones, en una situación comunicativa dada. Tanto si pensamos en un
folleto de instrucciones para el montaje de un aparato, o en la ponencia de una celebridad
médica, como en un texto literario, cada uno de los elementos lingüísticos dependerá del
sentido total del texto cuya naturaleza es extralingüística. Para que “hace frío” suponga
“cierra la ventana”, por ejemplo, se necesita una situación comunicativa en la que emisor e
interlocutor se encuentren en un lugar con una ventana abierta, y que este último, por una
serie de marcadores extralingüísticos (saber que el emisor es friolero; mirada, en su caso, de
éste hacia la ventana al tiempo que emite el enunciado, etc.) comprenda la intención del
primero. Intención que podría ser totalmente diferente si, por ejemplo, la situación en la
que nace este enunciado fuera de signo opuesto. Es decir, si hiciera un calor insoportable, a
pesar de estar la ventana abierta, debido, quizá, a una construcción deficiente. En este caso
“hace frío” pudiera querer decir “los constructores de este edificio son unos
incompetentes”.
La “depuración” y precisión terminológica y conceptual que venimos defendiendo,
deseable a nuestro entender en todo enfoque traductológico, se hace doblemente necesaria
cuando entramos en el campo de la didáctica de la traducción porque, aquí, teoría y
desarrollo metodológico del proceso didáctico deben ir aunados, tanto conceptualmente
como en lo concerniente a un metalenguaje riguroso sobre la materia que obedezca a una
concepción comunicativa del mismo, y que el profesor debe utilizar y hacer que los
alumnos comprendan y utilicen. Como el propio Delisle (1999) afirma, la terminología de la
didáctica de la traducción, rama que está muy a la zaga de los estudios traductológicos,
también dista mucho de presentar una terminología estandarizada. No obstante, ya supone
todo un hallazgo caer en la cuenta de su necesidad para denominar aspectos, pasos y
elementos constitutivos del proceso didáctico. De la misma manera que un estudiante de
medicina, pongamos por caso, a la “aorta” la denomina así y no simplemente “vena”, o
emplea su nombre técnico para designar las partes del intestino y no el significante “tripas”,
el alumno de traductología debe aprender y acostumbrarse a manejar una terminología
propia de este campo del saber que, además de facilitar su tarea, va a colaborar a la
dignificación de los estudios que realiza.
Normalmente, el profesor le lleva una clara ventaja al alumno, hecho que a veces
parecemos olvidar en nuestra labor docente de cada día, sin caer en la cuenta de que como
profesores ya hemos interiorizado partes del proceso que para los alumnos constituyen
1 Sobre la distinción entre significado y sentido, consultar también el libro indicado de la Dra. Lvovskaya (1997), y
García López (2000).
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