últimas corrientes teóricas en los estudios de traducción - Gredos ...

J.J. LANERO–RAPIDEZ Y TRANSFORMACIÓN EN LAS TRADUCCIONES DE THOMAS BAILEY ALDRICH
to be, and almost any one might mistake her
laugh for the music of falling water, and the
agreeable rustle of her garments for the wind
blowing through the pine forests.
As Edward Lynde rode out of
Rivermouth…
Nada parece importar a nuestro traductor lo referente a la falta de integridad a la
que se refiere la versión original, o la detallada descripción de cómo la naturaleza va
cambiando, con el paso de las estaciones, en New Hampshire; le interesa ir al grano de la
historia.
Pero volvamos a la segunda obra traducida: Aventuras de un niño calavera
(Autobiografía). Comenzando por el título, hay que reconocer lo apropiado del mismo. A
poco nos hubiera sabido en nuestra lengua una traslación directa de The Story of a Bad Boy.
Y la apostilla, no del todo cierta, o verdadera a medias, de Autobiografía, concede al lector un
inicio en el que, con tres palabras – aventuras, calavera y autobiografía –, antes de abrir el
libro, ya dispone de una composición de lugar para la asimilación del mensaje.
Sorprende que el traductor haya prescindido del índice. Los veintidós capítulos del
original llevan todos un título que desaparece en la versión española. La habilidad
traductora se plasma en el subtítulo del libro (Autobiografía), que justifica y soluciona algunas
ausencias. Así, el capítulo primero de la versión original, encabezado por la frase “In which I
introduce myself”, dedica dos páginas a la presentación del protagonista. Estos párrafos
terminan con la frase: “But let us begin at the beginning” (Aldrich 1870: 2). Dicho y hecho: en
la versión española el capítulo primero comienza con el párrafo siguiente. Los anteriores han
quedado condensados, sintetizados en una palabra en la portada: autobiografía.
Y mucho de cultura sociológica se recoge en el, según Aldrich, verdadero inicio de
su narración y comienzo del texto del libro español:
Whenever a new scholar came to our
school, I used to confront him at recess with the
following words: “My name’s Tom Bailey, what’s
your name?” If the name struck me favourably, I
shook hands with the new pupil cordially; but if
it didn’t, I would turn on my heel, for I was
particular on this point. Such names as Higgins,
Wiggins, and Spriggins were deadly affronts to
my ear; while Langdon, Wallace, Blake, and the like
were passwords to my confidence and esteem.
351
AVENTURAS DE UN NIÑO CALAVERA
POR
TOMÁS BAILEY ALDRICH
––––
I
Cada vez que entraba en nuestra escuela
un novato le abordaba yo con esta pregunta: «Me
llamo Tomás Bailey; y tú?» – Si el nombre del
nuevo condiscípulo me era simpático le daba un
buen apretón de manos, y si no le volvía las
espaldas. No se puede exigir mayor intransigencia
que la mía, pues según que el sonsonete del
nombre disgustase ó halagase mi oído, huía del
que lo llevaba ó le convertía en amigo (Aldrich
1870: 2 ; Aldrich s.f.a: 5).
Fuera quedan los Higgins, Wiggins y Spriggins en español; poco o nada le hubieran
sugerido al lector acostumbrado a los García, Fernández y otros. Nada se pierde con estas
supresiones; lo que quizá se gane sea la agilidad del texto meta para llegar al destinatario
español; cierto es que los apellidos originales podrían haberse transportado a la equivalencia
española, aunque no es tarea fácil. Para eso se necesitaría el mantenimiento de unas