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ESTHER MORILLAS: NORMA LINGÜÍSTICA Y TRADUCCIÓN–EL ITALIANO MEDIO O NEOESTÁNDAR
El problema, entonces, es el de saber cuándo la violación de la norma considerada
como estándar debe ser respetada en la lengua meta o cuándo no. O dicho de otra forma,
cuándo el traductor debe corregir “errores” del texto original y cuándo debe reproducirlos.
Liverani Bertinelli (1993: 42) explica que desde su punto de vista y desde el punto de vista
de la didáctica, el concepto “error”, considerado tradicionalmente como un alejamiento de
lo estipulado por la norma, debe considerarse bajo criterios de esmero morfológico y
sintáctico, adecuación al contexto, flexibilidad de adaptación ante cambios de tema, tono,
ritmo y registro, y aceptabilidad dentro del campo léxico y semántico. El problema, de
todos modos, resume Liverani, reside en establecer los límites y los grados de la
aceptabilidad y de la adecuación. Límites y grados que deberá tener en cuenta el traductor a
la hora de realizar su trabajo: el traductor no es un corrector de estilo pero, por otra parte,
no debe simplificar o coloquializar en exceso el texto término, por temor a no reproducir
los desvíos de la norma. Como señala Vigara Tauste (ibid.: 24)
en contra de lo que ocurre con lo que hemos llamado “norma lingüística” (una
abstracción concebida metodológicamente) […] la subnorma coloquial sólo puede definirse en
función de sus propias condiciones de realización, de acuerdo con sus condicionamientos y
necesidades comunicativos: es decir, constituye (y suma) una archiposibilidad (conjunto de
posibilidades) distinta a la que ofrece el sistema.
De acuerdo con nuestro criterio, la transgresión de la norma lingüística que
aparece en estos y otros fenómenos no debe imputarse a desconocimiento por parte de los
hablantes: el que la infrinjan no significa (necesariamente) que no la conozcan.
Ya hemos visto que, antes que nada, hay que conocer la situación sociolingüística
del italiano actual para ponderar la aceptabilidad de la ruptura de la norma. Se requiere, por
tanto, familiaridad con los nuevos usos y flexibilidad en la aceptación de los mismos, no en
el sentido de que el traductor deba o no “estar de acuerdo” con dichos usos, sino de que
conozca los que están aceptados comúnmente y los que no. Es indudable que el traductor
no puede prescindir del peso social de la norma, y ha de distinguir cuándo alejarse de ella
supone un conflicto y cuándo no. Pensemos por ejemplo en dos fenómenos como son el
“che polivalente” y el pleonasmo pronominal en la forma “a me mi”.
El primero, el “che polivalente”, que procede del italiano popular y se utiliza en
casos en los que la lengua más cuidadosa haría uso de una forma del pronombre relativo o
de una conjunción subordinante explícita, es por lo general considerado como aceptable, y
su uso está ampliamente difundido, no ya sólo en italiano, sino en otras lenguas, como el
francés o el español, por citar a las más próximas 5 .
El caso del pleonasmo pronominal es diferente: cualquier hablante italiano siente su
uso como fuera de la norma, propio de hablantes incultos. La presencia conjunta de los dos
pronombres se considera redundante. En este caso, el traductor tendrá que estudiar si
existen en el texto otros rasgos propios del italiano subestándar o no, para establecer el
nivel lingüístico y calibrar si debe ofrecer un equivalente a dicha incorrección o pasarla por
alto, puesto que además en nuestra lengua esta construcción es absolutamente aceptable
(cfr. Cortelazzo, 1984). La presencia de dicha construcción pronominal se explica (Simone,
1993: 76) porque el italiano tiende a “violar” las reglas de uso de los clíticos en todas las
circunstancias en que estos deben ser, por alguna razón, puestos de relieve, y los
pronombres tónicos llenan el vacío que la organización de los correspondientes clíticos
dejan.
5 Cfr. Ramat 1997: 30, nota.
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