últimas corrientes teóricas en los estudios de traducción - Gredos ...

JOSÉ FCO. PÉREZ BERENGUEL–METODOLOGÍA TRADUCTORA EN UN LIBRO DE VIAJES DEL SIGLO XVIII
“vis inertiae”, “caput mortuum” e “imperia in imperio”, y traducir aquellas que poco o nada
aportaban, como “per annum”, aunque acompañándolas de una anotación en las que se
informe de su uso en el texto original. El empleo de estas expresiones obedece más bien a
una cuestión de estilo que tiene mucho que ver con la época del texto, pero su uso es muy
reducido en la actualidad.
Dos son las expresiones que Jardine emplea en italiano y las dos requieren, en mi
opinión, un tratamiento diferente. Una, “reformatori di stato”, se ha mantenido en la
traducción, ya que es perfectamente entendible por cualquier lector; y la otra, “volto sciolto
et pensieri stretti”, ha sido traducida, justamente por la razón contraria, ya que en este caso
concurre, además, la circunstancia peculiar de que existe una expresión equivalente en
nuestro idioma: “mano de hierro y guante de seda”.
El francés es, sin duda, el idioma más utilizado en el texto original, si exceptuamos
el propio del autor. La razón habría que buscarla en la enorme importancia que el francés
tenía en el siglo XVIII en toda Europa como el idioma del refinamiento, del buen gusto y de
las ideas ilustradas. Su empleo por parte de cualquiera que hubiera recibido los beneficios de
una educación exquisita o una crianza privilegiada le convertía en el segundo idioma habitual
de las clases altas de la mayoría de los países europeos. Esta circunstancia afectaba por igual
a la sociedad española y a la inglesa, ya que en ambos casos su conocimiento era algo
habitual en el círculo reducido de la nobleza y de los intelectuales. De este modo, Jardine,
como todo hombre ilustrado digno de tal consideración, tenía que dejar bien claro su
familiaridad con el idioma de Rousseau y de Montesquieu. La cita que ilustra la primera
página del libro, Il s’agit de faire penser, et non de faire lire, supone ya una muestra evidente de
ello.
¿Qué criterio deberíamos adoptar, por tanto, en un siglo tanto menos francés como
el nuestro? Según mi criterio, la traducción, y eso es lo que he aplicado de un modo
sistemático con las numerosas palabras y expresiones francesas que aparecen a lo largo del
texto. ¿Cómo hacer otra cosa, si Jardine escribe en francés dos páginas completas de su texto,
sin obligar antes al lector a conocer bien este idioma? De este modo, palabras como “faux
frais”, “à-propos”, “esprit de corps”, “droit unique”, “fort”, “par état”, etc. y expresiones
como “que le mal est sans remède”, “nous ne sommes que des barbares tous les deux”, “n’en
croyez rien”, y otras, han sido traducidas al castellano, indicando en cada caso este hecho
mediante una nota a pie de página en la que aparezca la expresión original. La única
excepción la constituye “Bâtir des châteaux en Espagne”, que he preferido mantener en
francés puesto que, de otro modo, se perdería el doble sentido del original y la intención
manifiesta de Jardine de jugar con dicha polisemia.
Por último, el texto original contiene un abundantísimo número de palabras y
expresiones en castellano, algo lógico si pensamos que Jardine se tenía por un buen
conocedor del idioma. Además, esta utilización de términos castellanos viene en muchos
casos impuesta por las circunstancias, ya que resulta difícil encontrar su equivalencia en
inglés. Por esta razón, se mantienen en cursiva y en el idioma original, siempre que así lo
hiciera Jardine en su libro, dejando patente, con ello, la excepcionalidad de su empleo. Los
ejemplos que se pueden citar son muy numerosos, ya que incluyen palabras propias como
“aforados”, “cortijo”, “gazpacho”, “tertulias”, “trato”, “manto”, etc. junto a expresiones
coloquiales del idioma como “no hay mal que por bien no venga”, “poco bien y bien quisto”
o “con todo el mundo guerra y paz con Inglaterra”. No obstante, en no pocas ocasiones
Jardine o, más bien, sus tipógrafos, se equivocan en el texto:
581