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LA METAMORFOSIS DE LA IDEOLOGÍA - El Corte Inglés

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voluntad común en el presente; haber hecho grandes cosas juntas, querer aún<br />

hacerlas: he ahí las condiciones necesarias para ser un pueblo… Una nación es,<br />

pues, una gran solidaridad constituida por el sentimiento de los sacrificios que<br />

se han hecho y de los que aún se está dispuesto a hacer. Supone un pasado, pero<br />

se resume, sin embargo, en el presente por un hecho tangible: el consentimiento,<br />

el deseo claramente expresado de continuar la vida común. La existencia de<br />

una nación es (perdonadme esta metáfora) un plebiscito de todos los días, como<br />

la existencia del individuo es una afirmación perpetua de vida” (10). Lo que<br />

Renán nos ofrece en esa conferencia célebre es el modelo francés de lo que<br />

ya F. Meinecke llamó nación política, frente al modelo alemán de la nación<br />

cultural. La nación política había surgido en Europa como una referencia<br />

ideológica encaminada a legitimar la acción del Estado. Estado que, lejos de<br />

ser el resultado de una realidad nacional preexistente, en la mayoría de los<br />

casos es el creador de las naciones. Lo cual es lógico, si se tiene en cuenta que<br />

el Estado es una organización política dinámica, encaminada a la realización<br />

de una serie de fines políticos económicos y sociales. En España, Ortega y<br />

Gasset tenía una visión de las cosas un poco más avanzada que la de Renán.<br />

En España invertebrada, reflexionando sobre una frase del historiador<br />

Mommsen: “La historia de toda nación es un vasto sistema de incorporación”,<br />

Ortega explica que incorporación histórica no es la dilatación de un núcleo<br />

inicial, como creen erróneamente quienes ven a la sociedad política estatal<br />

como una expansión de la familia y de la tribu. La incorporación significa<br />

la articulación de sangres, etnias y colectividades distintas, impulsadas por<br />

una voluntad que él llama “un proyecto sugestivo de vida en común”. “Los<br />

grupos que integran un Estado –dice Ortega– viven juntos para algo: son una<br />

comunidad de propósitos, de anhelos, de grandes utilidades. No conviven por estar<br />

juntos, sino para hacer juntos algo” (11). Esta idea se perfila mejor en La<br />

rebelión de las masas. Aquí, Ortega, al plantear qué fuerzas reales han dado<br />

vida al Estado nacional, dice que ni la sangre ni el idioma hacen al Estado<br />

nacional. Más bien ocurre lo contrario y casi nunca el Estado ha coincidido<br />

con una identidad previa de sangre o idioma. En realidad, viene a decir<br />

Ortega, “el Estado ha sido siempre el gran truchimán”, el precipitador de<br />

la unificación territorial o lingüística, en función de la invitación hecha a<br />

un grupo de hombres para acometer juntos una empresa, que comporta<br />

un cierto sentido democrático. Ortega menciona y comenta la fórmula de<br />

Renán del plebiscito cotidiano, pero estima que el escritor francés, pese a su<br />

– 111 –

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