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LA METAMORFOSIS DE LA IDEOLOGÍA - El Corte Inglés

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jurídica. Danton había dicho con rotundidad: “Nosotros no queremos condenar<br />

al rey; queremos matarle”, y Saint-Just, antiguo enemigo de la pena capital, formuló<br />

el sentido político profundo de la ejecución, al afirmar que no se trataba<br />

tanto de juzgar al rey como de combatir un enemigo, pues “no se puede reinar<br />

inocentemente” (19). Esta incipiente doctrina sería desarrollada por Robespierre,<br />

considerando que en el caso de Luis XVI no se podía hablar de proceso,<br />

de acusación, de jueces, ni de sentencia, porque no se trataba del juicio contra<br />

un hombre, sino de una medida de salud pública. Y Luis XVI no podía ser<br />

inocente, pues si lo fuera, la República sería culpable y los defensores de las libertades<br />

se convertirían en calumniadores. “Luis –con cluía Robespierre– debe<br />

morir, porque hace falta que la patria viva” (20).<br />

Los argumentos revolucionarios en favor de la muerte del rey se apoyaban<br />

en la violación que éste había cometido del pacto social que le ligaba a la<br />

nación, al querer vender su pueblo a los déspotas extranjeros en sus criminales<br />

cabildeos. <strong>El</strong> comportamiento de Luis XVI había generado un estado de<br />

guerra entre el pueblo y el tirano, y éste debía ser abatido como enemigo del<br />

pueblo y la nación. Sin embargo, esta doctrina revolucionaria no armonizaba<br />

con el pensamiento del Marqués de Sade, para quien la muerte del rey era la<br />

muerte del representante de Dios en la tierra. En ello, Sade coincide con un<br />

conservador ultramontano como José de Maistre, aunque las consecuencias<br />

que derivan de esa muerte de Dios por monarca interpuesto son muy distintas<br />

en ambos casos. Para Sade, el crimen del regicidio se inscribe en el marco de<br />

una sociedad cainita, que no puede expiar su crimen, y que sólo puede seguir<br />

adelante en el camino de la libertad cometiendo nuevos crímenes, fríamente,<br />

por una inteligencia cada vez más deshumanizada. Sade es claramente un<br />

precursor del horror totalitario, si bien debe advertirse que se trata de un precursor<br />

modesto, incapaz de imaginar las torturas, las confesiones y los exterminios<br />

del Gulag o de Dachau. Sade propugnaba únicamente convertirse en<br />

verdugo de la naturaleza; los creadores de Gulag hablaban de la gran rebelión<br />

contra el atraso y la injusticia pasadas como legitimación del terror contra el<br />

menor rasgo de libertad discrepante del Gran Hermano. Los frailes libertinos<br />

de Sade eran unos pequeños aprendices del crimen al lado de los guardianes<br />

del Gulag, como correspondía a la naturaleza literaria de sus sueños. Al fin<br />

y al cabo, aunque la Revolución le devolvió a las prisiones, para morir en<br />

ellas, a Sade sólo se le ejecutó en efigie, lo mismo que él sólo había matado<br />

con la imaginación. La pureza revolucionaria y la raison d’Etat no podían<br />

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