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LA METAMORFOSIS DE LA IDEOLOGÍA - El Corte Inglés

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norteamericanos y brasileños, ucranianos y suizos, kurdos y griegos, españoles<br />

y escoceses, portugueses y georgianos, vascos y checos, catalanes y armenios,<br />

toda una variopinta serie de pueblos, naciones, culturas, países, etnias, identidades,<br />

se movilizan o se han movilizado en algún momento para firmar su<br />

personalidad diferenciada, sus señas de identidad, su grandeza patriótica, en<br />

medio de guerras, revueltas, matanzas y destrucciones sin cuento. Y todo ello<br />

para descubrir, al poco tiempo, que el supuesto carácter nacional o el ser de<br />

la patria es distinto del que se le suponía o creía en el pasado, y que puede<br />

convertirse en otra cosa en el curso de dos o tres generaciones.<br />

Ocurre, sin embargo, que en ese variable mundo de naciones, cada una<br />

se considera única y elegida. En cierto modo, el nacionalismo viene a ser el<br />

equivalente secularizado del “pueblo elegido” en medio de la modernidad.<br />

Y así como los pueblos elegidos de la antigüedad eran seleccionados por sus<br />

dioses, hoy son elegidos por unas ideologías y símbolos culturales que exaltan<br />

lo exclusivo e individual en la sociedad globalizada. Los nuevos dioses de<br />

la Modernidad, entre los que figura de modo preeminente el Estado nacional,<br />

plantean a la reflexión histórica y sociológica dar respuesta a la pregunta<br />

de por qué un concepto como el “patriotismo nacional”, tan alejado de la<br />

experiencia real de la mayoría de los seres humanos, pudo convertirse en<br />

una de las fuerzas políticas más poderosas y de un modo tan rápido. “<strong>El</strong> problema<br />

que tenemos delante –escribe E. Hobsbaum– se deriva del hecho de que<br />

la nación moderna, ya sea como Estado o como conjunto de personas que aspiran<br />

a formar tal Estado, difiere en tamaño, escala y naturaleza de las comunidades<br />

reales con las cuales se han identificado los seres humanos a lo largo de la mayor<br />

parte de la historia y les exige cosas muy diferentes’” (23). Aquí puede resultar<br />

esclarecedor el concepto de “comunidad imaginada”, acuñado por Benedict<br />

Anderson. Según Anderson, para entender el nacionalismo, se facilitarían<br />

las cosas si lo tratáramos en la misma categoría que el “parentesco” o la “religión”,<br />

en vez de hacerlo en la del “liberalismo” o el “fascismo”, como suele<br />

suceder. Así, partiendo de un espíritu antropológico, Anderson propone<br />

definir la nación como “una comunidad política imaginada; imaginada al<br />

mismo tiempo como limitada y soberana”. La comunidad “es imaginada porque<br />

aún los miembros de la nación más pequeña no conocerán jamás a la mayoría<br />

de sus compatriotas, no les verán ni oirán siquiera hablar de ellos, pero en la<br />

mente de cada uno vive la imagen de su comunión” (24). La nación, a su vez,<br />

se imagina “limitada”, porque incluso la mayor de ellas, que alberga mil<br />

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