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LA METAMORFOSIS DE LA IDEOLOGÍA - El Corte Inglés

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presentaba el ideal feminista como “una humanidad independiente”. “Nosotros<br />

diríamos –escribe Simmel– que el tal ideal debe ser más bien el de una<br />

“feminidad independiente”, porque, en vista de la identificación del “hombre” con<br />

el varón, va a resultar esa humanidad, por su contenido, una varonilidad. Todos<br />

esos fines y propósitos significan, en último término, que las mujeres quieren ser y<br />

tener lo que los hombres son y quieren. No he de examinar el valor de tales afanes;<br />

pero, desde el punto de vista de la cultura objetiva, lo que interesa, sobre todo, es la<br />

feminidad independiente, es decir, extraer del inmediato proceso vital los elementos<br />

femeninos para convertirlos en formas independientes, reales e ideales” (153).<br />

Estas ideas se situaban en una visión psicológica de los sexos que desarrolló<br />

en un ensayo sobre “lo masculino y lo femenino”, un emparejamiento de<br />

conceptos para dar cuenta de los dos términos de la relación entre los sexos,<br />

similar al que se utiliza en otras dimensiones del mundo del espíritu: yo y el<br />

mundo, sujeto y objeto, individuo y sociedad, reposo y movimiento, materia<br />

y forma, y otros que se podía añadir, como bello y feo, justo e injusto, bueno<br />

y malo, fuerte y débil, útil y perjudicial, siervo y libre, guerra y paz, o, como<br />

propuso sagazmente Carl Schmitt para analizar el mundo de lo político, amigo<br />

y enemigo. “La relación fundamental en la vida de nuestra especie –escribe<br />

Simmel– es la de lo masculino y lo femenino” (154). Pero ocurre que, para poder<br />

estimar los valores, la intensidad y las maneras de manifestarse el varón y la<br />

mujer, utilizamos conceptos, valores y categorías fundamentalmente masculinos,<br />

que se toman como productos objetivos en la construcción del paradigma<br />

que define las relaciones entre los sexos. De modo que “el sexo masculino<br />

no se limita a ocupar una posición superior al femenino; conviértese, además, en el<br />

representante de la humanidad en general, dictando normas por igual aplicables a<br />

la manifestación de la masculinidad y de la feminidad”. En muchos casos, esto<br />

se explica por la posición de fuerza que ocupa el varón, que lleva a la hegeliana<br />

dialéctica del amo y del esclavo, en función de la cual el señor tiene el privilegio<br />

de no tener que pensar siempre que es señor, mientras el esclavo nunca puede<br />

olvidar su condición. Y, así, la mujer no pierde nunca la conciencia de su feminidad,<br />

y el sentimiento de ser mujer constituye el fondo continuo sobre el<br />

que se proyecta su vida, mientras el hombre a veces pierde la conciencia de su<br />

masculinidad y, al crear normas y obras desde su posición de señor, se olvida<br />

de que ha seguido sus inclinaciones y puntos de vista, pretendiendo haber actuado<br />

en nombre de la objetividad y de una racionalidad neutra. Lo cual hace<br />

que las mujeres sientan como netamente masculinos todo un conjunto de<br />

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