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LA METAMORFOSIS DE LA IDEOLOGÍA - El Corte Inglés

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“1. La propiedad es el derecho que tiene todo ciudadano de gozar y disponer de<br />

la porción de bienes que le está garantizada por la ley. 2. <strong>El</strong> derecho de propiedad<br />

está limitado, como todos los otros, por la obligación de respetar los derechos de los<br />

demás. 3. Tal derecho no puede perjudicar a la seguridad, ni a la libertad, a la<br />

existencia; o a la propiedad de nuestros semejantes. 4. Toda posesión, o todo tráfico,<br />

que violen estos principios son ilícitos e inmorales” (58).<br />

Robespierre se lució ante la Convención con su habilidad retórica, pero<br />

en realidad no añadía nada a la concepción general de todos los derechos,<br />

y no sólo de la libertad, que habían definido las anteriores declaraciones. Se<br />

volvió a presentar la cuestión de incluir los deberes, al lado de los derechos,<br />

pero se desechó con la argumentación de que los deberes iban implícitos en<br />

los derechos. La Convención del Año III (1795), que sustituyó a la jacobina y<br />

nunca aplicada de 1793, estableció una Declaración de los Derechos y Deberes<br />

del Hombre y del Ciudadano, que no afectó para nada a la tendencia<br />

francesa a sacrificar la libertad a la igualdad y la seguridad, que se halla detrás<br />

de su atormentada historia, y de la de los países como España que fueron<br />

notablemente influidos por el modelo francés. <strong>El</strong> “crepúsculo del deber”, que<br />

ahora algunos denuncian en nuestra sociedad de bienestar, tiene unas raíces<br />

profundas. Por eso, T. S. Marshall, al seguir el proceso de la ciudadanía,<br />

planteó el variable equilibrio entre los derechos y los deberes. Mientras los<br />

derechos se han multiplicado y son muy precisos, sabiendo cada individuo lo<br />

que puede reclamar, los deberes y obligaciones son confusas, salvo en algunos<br />

casos, como pagar los impuestos, contribuir a los seguros o guardar las reglas<br />

de tráfico, cosas que no dependen, claro está, de la voluntad ciudadana, ni<br />

de su sentido de la lealtad cívica. Curiosamente, también es obligatoria la<br />

educación –ahora, hasta los dieciséis años– y lo era el servicio militar, que ya<br />

desapareció como tal en la sociedad española. Las otras obligaciones que se<br />

suponen de un buen ciudadano, incluida su participación en la vida política<br />

y comunitaria, se han ido relajando, cuando no han dado paso a insolidaridades<br />

y corrupciones varias. La expansión creciente de los derechos –espoleada<br />

por la demanda electoral de unos partidos en perpetua búsqueda y captura de<br />

clientela– y el abandono y ocaso de los deberes ciudadanos han contribuido,<br />

al lado de otras cuestiones más estructurales, a la crisis del Estado social y a la<br />

búsqueda de soluciones para evitar su desmantelamiento y quiebra, en medio<br />

de una brutal crisis económica, financiera y social, de dimensiones globales<br />

que superan la ya mítica del año 29 del pasado siglo.<br />

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