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LA METAMORFOSIS DE LA IDEOLOGÍA - El Corte Inglés

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que origina la superioridad de los tiempos modernos respecto de los antiguos<br />

(146). No pensaba Voltaire en un progreso indefinido, sino en un perfeccionamiento<br />

de los ideales de razón y civilización, susceptibles de dar marcha<br />

atrás y regresar a la barbarie, lo cual le impedía “compartir, dice Meinecke, el optimismo<br />

pleno y la fe en el porvenir de la Ilustración posterior” (147). En medio<br />

de tantas supersticiones y fanatismos “infames” que se continuaban dando en<br />

la Ilustración, dadas las experiencias de la historia universal, “volverá el tiempo<br />

de las inmolaciones salvajes, y bailaremos otra vez la danza india” (148). Sin<br />

embargo, en su conjunto, la marcha de la historia ha sido progresiva. Es cierto<br />

que la razón avanza muy lentamente, y Voltaire se impacientaba, indignado,<br />

ante el cúmulo de estupideces, supersticiones y horrores de la historia. En sus<br />

mismos días, la intolerancia fanática del clero francés se dedicaba a ensañarse<br />

indignamente con los actores y actrices de teatro, negándoles la sepultura, y<br />

sometiendo sus cadáveres a toda clase de vilezas cobardes, como ocurrió con el<br />

de la gran actriz Adrienne Lecouvreur, intérprete del Edipo de Voltaire, pisoteada<br />

y calcinada a orillas del Sena por la policía, azuzada por el clero de París.<br />

Voltaire clama contra ese atropello fanático, escribiendo una vibrante elegía<br />

sobre Adrienne Lecouvreur, pero tratando también de organizar a los actores<br />

para que exijan sus derechos ciudadanos, y se exaspera cuando ve la lentitud<br />

del avance histórico, plagado de insolencia absurda en quienes gobiernan y de<br />

imbecilidad suicida en los gobernados. Al final, pese a todo, cree que las luces<br />

lograrán imponerse, y el espíritu humano devendrá en progreso libre.<br />

Voltaire libra su combate, convencido del triunfo final de la razón y de los<br />

consejos de la gente sabia. <strong>El</strong> fanatismo resulta especialmente odioso porque<br />

es irracional, mientras la libertad de pensamiento se inscribe en el mundo de<br />

la razón. <strong>El</strong> hombre es perverso porque es necio, y nada le horroriza más a Voltaire<br />

que el gobierno del populacho y la “canalla” ignorante, pero eso no le impide<br />

ver los sufrimientos de esos “espectros semidesnudos, que arañan con bueyes<br />

tan descarnados como ellos una tierra todavía más enflaquecida” (149). Hay que<br />

salvarles, y lo podemos hacer si los enseñamos a comprar y vender, si sabemos<br />

organizar bien el comercio y la industria, si corregimos los abusos sociales y la<br />

injusticia de unas leyes feroces con penas desproporcionadas a los delitos, si<br />

suprimimos los restos feudales y distribuimos los impuestos de una forma más<br />

equitativa. Voltaire utiliza todos los recursos de su genio literario, cada vez<br />

más comprometido con la defensa de la justicia y la tolerancia. Si en el Cándido<br />

su ironía combatía el optimismo desbocado y el fanatismo cerril, pero<br />

– 203 –

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