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LA METAMORFOSIS DE LA IDEOLOGÍA - El Corte Inglés

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debe situarnos libremente en el puesto donde nos encontremos a gusto con<br />

nuestras aptitudes, cosa que casi nunca ha ocurrido, a la hora de configurar<br />

o determinar el oficio que se ejerce. Por eso, piensa Unamuno, “acaso<br />

el mayor progreso social consiste en una cierta indiferenciación del trabajo, en<br />

la facilidad de dejar uno para tomar otro, no ya acaso más lucrativo, sino más<br />

noble –porque hay trabajos más o menos nobles– mas suele suceder con triste<br />

frecuencia que ni el que ocupa una profesión y no la abandona suele preocuparse<br />

de hacer vocación religiosa de ella, ni el que la abandona y va en busca de otra<br />

lo hace con religiosidad de propósito” (44).<br />

Ya en obras más tempranas y con preocupaciones más políticas y sociales,<br />

Unamuno mostró esa falta de apego al trabajo y a los deberes profesionales<br />

por parte de nuestra sociedad. “Es proverbial nuestro castizo horror al trabajo<br />

–dice en su madrugador En torno al casticismo–, nuestra holgazanería y<br />

nuestra vieja idea de que “ninguna cosa baja tanto al hombre como ganar de<br />

comer en oficio mecánico”; proverbial la miseria que se siguió a nuestra edad<br />

de oro, proverbial nuestros pordioseros y mendigos y nuestros holgazanes que se<br />

echan a tomar el sol y se pasaban con la sopa de nuestros conventos. <strong>El</strong> que se<br />

hizo hidalgo peleando moriría antes que deshonrar sus manos” (45). Y Unamuno<br />

sigue denostando a hidalgos, clérigos y paseantes aventureros, amigos de<br />

esperar la suerte de cada día, del pan y toros, del mañana será otro día, en<br />

vez de entrar en el heroísmo sostenido, oscuro y lento del verdadero trabajo.<br />

Así iría transcurriendo una intrahistoria española, enemiga del trabajo serio,<br />

partidaria de abandonar su suerte a lo que haga el Estado con beneficencias<br />

o prebendas, convertido el pueblo en masa electoral y contribuible, y reducidas<br />

las ideas políticas a una concepción hospiciana del Estado, que ofrece<br />

caridad en lugar de libertad.<br />

Manuel Azaña, allá por 1924, en un artículo publicado en la revista España<br />

hacía una crítica sutil e irónica de los supuestos caracteres nacionales,<br />

comenzando por el español. ¿En qué consiste tal carácter? Unos españoles<br />

son muy distintos de otros. A unos les encantan los toros, las misas, los curas;<br />

a otros, como el propio Azaña, no le gustan las corridas y son anticlericales.<br />

En nombre del carácter nacional, unos ahorcaron a Riego y otros fusilaron a<br />

don Santos Ladrón. “No sé dónde empieza históricamente el carácter nacional<br />

de España –escribe Azaña– ni sé donde concluye en la esfera de las costumbres<br />

actuales ¿Cuándo ha sufrido nuestro carácter la mayor violencia? ¿Cuándo se ha<br />

mostrado en su espontaneidad pura? ¿Nos cuadraba mejor el despotismo de Felipe<br />

– 130 –

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