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LA METAMORFOSIS DE LA IDEOLOGÍA - El Corte Inglés

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solemne a todos los miembros de la comunidad sus derechos y obligaciones; el Poder<br />

público será más respetado correspondiendo a esos derechos” (117).<br />

Tal vez esas mismas circunstancias sirvan también para entender la gran<br />

preocupación americana por establecer, desde el principio, unas barreras firmes<br />

contra los peligros del po der, “en todas sus formas y en todos los sectores del<br />

gobierno”, como dijo James Madison, en el discurso dirigido a la Cámara de<br />

Representantes con motivo de la discusión de las enmiendas a la Constitución<br />

americana de 1789, que se convertirían en la Declaración de Derechos<br />

de 1791 (118). Marcel Gauchet, en La Revolución de los derechos del hombre,<br />

ha indicado cómo, frente a esta preocupación por las barreras y el control del<br />

poder de los fundadores americanos, en Francia existió siempre una especie<br />

de rechazo profundo a pensar en términos de separación entre el pueblo y el<br />

poder, incluso cuando se trataba de plantear una desconfianza respecto de los<br />

gobernantes. Y así podemos ver como el insigne Robespierre –para quien el<br />

principal objeto de las leyes constitucionales era preservar la libertad pública<br />

contra las usurpaciones de los gobernantes, y que había criticado la Constitución<br />

de 1791 por establecer un sistema de gobierno representativo sin<br />

ningún sistema de contrapeso en la soberanía del pueblo– a la hora de indicar<br />

el remedio, lo único que recomendaba era el alejamiento del poder de los<br />

usurpadores y corruptos, para establecer el verdadero reinado del pueblo, pues<br />

el pueblo es bueno y su poder resulta necesariamente santo (119). Con una<br />

idea tan falta de sentido común y tan cargada de ignorancia histórica acerca<br />

de la verdadera naturaleza del poder, sea quien sea el que lo ejerza, no debe<br />

sorprender la carrera de Robespierre hacia su propio abismo, en una movilización<br />

de los virtuosos contra la parte corrupta del pueblo y sus representantes<br />

indignos, en una escalada del terror, la muerte y la delación, que ni siquiera<br />

pudo enmendarse con su propio fin en la guillotina, pues los termidorianos<br />

continuaron dentro de la misma lógica política, pensando que las cosas se<br />

enderezarían con un simple cambio de los protagonistas del drama.<br />

Esta ceguera para afrontar el verdadero problema del gobierno representativo<br />

siguiendo las huellas de Montesquieu y de Locke, como habían hecho los<br />

constituyentes americanos, alcanzó al propio Sieyés, “la clave de la Revolución<br />

Francesa”, según el expresivo título que le ha dado su biógrafo reciente, Jean-<br />

Denis Bredin (120). Después del golpe del 18 Brumario –designado, con<br />

Bonaparte, uno de los tres cónsules– al plantearse la redacción de una nueva<br />

constitución, Sieyés consideraba necesario volver a las ideas de 1789 –según<br />

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