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LA METAMORFOSIS DE LA IDEOLOGÍA - El Corte Inglés

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anotó Boulay de la Meurthe– abogando por un sistema representativo, frente<br />

a los defensores de la democracia pura, pero insistiendo en su inmutable principio<br />

de la representación nacional, que ahora sintetizó en una frase notable:<br />

“la confianza debe venir de abajo; el poder, de arriba” (121). Esta extraña fórmula<br />

responde a unas ideas sobre la representación y sobre el pueblo que pertenecen<br />

al mismo universo mental que las de Robespierre, pese a la distancia<br />

que existe entre ellos en otros órdenes. “La representación –dice Sieyés– debe<br />

venir de los superiores que representan el cuerpo de la nación. <strong>El</strong> pueblo, en su<br />

actividad política, no existe más que en la representación nacional, sólo en ella<br />

logra encarnarse” (122).<br />

En el fondo, esta encarnación del pueblo en la representación nacional<br />

continúa el lenguaje del Antiguo Régimen, donde se encarnaba la Nación en<br />

el cuerpo del rey, y que Sieyés había expresado ya en su famoso folleto, ¿Qué es<br />

el Tercer Estado? La Nación venía a ser una especie de persona mística, anterior<br />

a la Constitución, que representaba mucho más que el pueblo mismo. “Que<br />

se nos diga –escribe Sieyés– según qué interés se habría podido dar una Constitución<br />

a la nación misma. <strong>El</strong>la existe ante todo y es el origen de todo. Su voluntad es<br />

siempre legal; es la ley misma. Antes de ella, por encima de ella, no hay más que el<br />

derecho natural” (123). La Constitución no sería obra del poder constituido,<br />

sino del poder constituyente, y por tanto, la Nación no estaría ligada por la<br />

Constitución. La Nación se forma por el derecho natural, y el gobierno, por<br />

el contrario, pertenece al mundo del derecho positivo. Los representantes de<br />

la Nación sólo pueden ejercer la parte de la voluntad común que la Nación<br />

quiera darles, y la voluntad común no puede destruirse a sí misma. La Nación<br />

es siempre un cuerpo asociado que vive bajo una ley común, y esa ley se forma<br />

según las voluntades individuales unidas en la voluntad general (124). En esta<br />

concepción, de un modo más o menos consciente, se halla implícita la doctrina<br />

del Contrato Social, que acaba subsumiendo la soberanía de la voluntad<br />

general en la vieja soberanía monárquica a través del nuevo mito de la Nación.<br />

“La idea del ciudadano desarrollada por la Revolución Francesa –escribe Gauchet–<br />

va estar dirigida por la doble exigencia sabida de la máquina absolutista: la<br />

coparticipación en un poder soberano, idealmente concebido como la unión activa<br />

de las voluntades individuales en el seno de un único querer colectivo” (125).<br />

Los franceses se preparaban así, gozosos, para sus esponsales con la soberanía<br />

popular, identificada con la soberanía nacional, abandonando las necesarias<br />

cautelas frente al nuevo poder emergente, como si la referencia mágica<br />

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