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LA METAMORFOSIS DE LA IDEOLOGÍA - El Corte Inglés

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al cual, y de modo harto paradójico, el vocablo encontró su punto definitivo en<br />

el lenguaje político e histórico, no fue concebida de ninguna manera como una<br />

revolución, sino como una restauración del poder monárquico a su gloria y virtud<br />

primitivas” (6).<br />

En realidad, si queremos saber lo que se entiende hoy por revolución en un<br />

sentido político tenemos que partir de las revoluciones del siglo xviii, norteamericana<br />

y francesa, las cuales también fueron comenzadas por hombres que,<br />

en principio, trataban de restaurar un estado de cosas anterior, perturbado por<br />

los abusos y violaciones cometidas por la monarquía absoluta, en el caso de<br />

Francia, y por el despotismo colonial, en el caso de Norteamérica. La mejor<br />

prueba de que la palabra revolución seguía asociándose a esa idea restauradora<br />

de vuelta al pasado está en que Tom Paine, revolucionario indiscutible de<br />

su época, pensaba que los sucesos de Francia y Norteamérica estarían mejor<br />

designados con el término “contrarrevolución”, dado que la palabra revolución<br />

solía referirse al cambio de personas o medidas, pero no de principios. “Las<br />

revoluciones ocurridas antiguamente –escribe Tom Paine en la introducción a<br />

la segunda parte de Los derechos del hombre– no te nían en sí nada que interesase<br />

a la masa de la humanidad. Se extendían únicamente a un cambio de personas<br />

y medidas, pero no de principios, y surgían o desaparecían entre las transacciones<br />

ordinarias del momento. Lo que ahora presenciamos puede llamarse, sin impropiedad,<br />

contrarrevolución” (7).<br />

En ambos casos, sin embargo, en Estados Unidos y en Francia, las cosas<br />

fueron discurriendo por unas vías de liberación personal y de innovación política<br />

tan sorprendentes y espectaculares que dejaron definitivamente acuñado<br />

el nuevo sentido de la palabra revolución. Ya en la noche del 14 de julio de<br />

1789, cuando Luis XVI, al enterarse por el duque de La Rochefoucauld-Liancourt<br />

de la toma de la Bastilla y preguntarle si era “une revólte”, el duque le<br />

contestó: “No, Sire, es una revolución”, en el sentido de que se había trastocado<br />

la legalidad vigente por un movimiento irresistible que debía ser tomado<br />

muy en serio. Se trataba de un levantamiento, en nombre de la libertad, que<br />

excedía de lo que el viejo poder soberano del Rey podía controlar. Esta nueva<br />

dimensión, será inteligentemente captada por Condorcet, al afirmar que “la<br />

palabra revolucionario sólo puede aplicarse a las revoluciones cuyo objetivo es la<br />

libertad” (8). La idea moderna de revolución irá unida a la imagen de un corte<br />

brusco en el camino de la historia, que rompe con el pasado e inaugura una<br />

historia nueva orientada hacia una mayor libertad. Trotsky, en su Historia de<br />

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