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LA METAMORFOSIS DE LA IDEOLOGÍA - El Corte Inglés

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la sociedad y del Estado, era doctrina del cristianismo, al menos desde San<br />

Agustín. “La familia –escribe en La Ciudad de Dios– debe ser el principio y<br />

la parte mínima de la ciudad. Y como todo principio hace referencia a un fin en<br />

su género, y toda parte se refiere a la integridad del todo por ella participado, se<br />

desprende evidentemente que la paz doméstica se ordena a la paz ciudadana, es<br />

decir, que la bien ordenada armonía de quienes conviven juntos en el mandar y<br />

en el obedecer mira a la bien ordenada armonía de los ciudadanos en el mandar<br />

y el obedecer. Según esto, el padre de familia debe tomar de las leyes de la ciudad<br />

aquellos preceptos que gobiernen su casa en armonía con la paz ciudadana” (109).<br />

San Agustín quería que el cristiano se educara para ser un buen ciudadano,<br />

pero lo que se pretendía en los tiempos de la industrialización, y, muy<br />

especialmente, en el área del protestantismo, era formar a la gente en un espíritu<br />

de trabajo, obediencia y ascetismo, que debe comenzar en la infancia,<br />

con la quiebra de los impulsos incontrolados y la sumisión incondicional al<br />

cumplimiento del deber. Esa educación para la autoridad se avenía bien con<br />

la concepción de la familia patriarcal cristiana, que el derecho canónico, aún<br />

más que el romano, había establecido en toda Europa. En esa concepción,<br />

“el padre de familia, según dice E. Troeltschd, es el representante del derecho, el<br />

detentador no controlado de la fuerza, el dueño del pan, el padre espiritual y el<br />

sacerdote de la casa” (110). Esa circunstancia que inculca en el niño el respeto<br />

de la fuerza física y moral del padre, en el fondo se apoya en el hecho de que<br />

el padre tiene autoridad moral para exigir la subordinación del resto de la familia,<br />

no porque se muestre digno de ella, sino que se considera digno por el<br />

hecho de aparecer como el más fuerte. En este sentido, son muy clarificadoras<br />

unas agudas reflexiones de Georg Simmel acerca de la frecuente precedencia<br />

de la subordinación real a la subordinación ideal. Abundan los ejemplos de<br />

personalidades y de grupos sociales que presentan el ejercicio de su mando<br />

como seguimiento de un principio ideal, del que ellos mismos se reconocen<br />

como obedientes servidores, dado que el derecho al dominio sobre otros hombres<br />

debe ser una consecuencia de algún principio ideal. Gobernar en nombre<br />

del derecho divino de los reyes sería una muestra clara de ello. Pero ocurre<br />

que, históricamente, el camino suele recorrerse en sentido inverso. “Relaciones<br />

personales de poder –escribe Simmel– muy materiales y efectivas dan lugar a<br />

subordinaciones, sobre las cuales lentamente se encumbra un poder ideal, objetivo,<br />

por espiritualización del poder dominante…, y el superior ejerce después su mando<br />

como representante de ese poder ideal. La evolución del pater familias entre los<br />

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