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LA METAMORFOSIS DE LA IDEOLOGÍA - El Corte Inglés

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soberano, que no puede estar limitado por ley alguna, ni siquiera por el mismo<br />

contrato social. Y en el caso de algunas libertades concretas, como la libertad<br />

religiosa y la de asociación, Rousseau no solamente no las propugna,<br />

sino que está en contra. En cuanto a la libertad religiosa, Rousseau dice que<br />

es opuesta a la idea del Estado y que, en consecuencia, quien no se confiese<br />

adherido a la religión civil debe ser considerado como un proscrito. Tal y<br />

como se afirma en el Contrato Social, en un principio se empieza declarando<br />

que los súbditos no tienen que dar cuenta al soberano de sus opiniones, en<br />

tanto éstas no importan a la comunidad; pero, a continuación, se añade que<br />

es de sumo interés para el Estado que cada ciudadano tenga una religión que<br />

le induzca al aprecio de sus deberes, lo cual viene a ser como una profesión<br />

de fe cívica. “Hay, pues –dice Rousseau– una profesión de fe puramente civil, y<br />

corresponde al soberano determinar sus artículos, no precisamente como dogmas<br />

de religión, sino como sentimientos de sociabilidad, sin los cuales es imposible ser<br />

buen ciudadano ni subdito fiel. No puede obligar a nadie a creer en ellos, pero<br />

puede desterrar del Estado a quien no crea; puede desterrarlo, no como impío,<br />

sino como insociable, como incapaz de amar sinceramente las leyes, la justicia,<br />

y de inmolar su vida, llegado el caso, en aras de su deber. Y si alguien, después<br />

de haber admitido públicamente estos mismos dogmas, se comporta a su respecto<br />

como un incrédulo, condénesele a muerte” (105). Stalin estaría encantado de<br />

que sus escribas orgánicos hicieran una justificación tan clara del derecho a<br />

deportar y asesinar discrepantes y réprobos de su infalible doctrina marxista-leninista,<br />

ejemplo insuperable de esa religión civil que pregonaba el soñador<br />

ginebrino, incapaz, sin duda, de imaginar una pesadilla tan horrible<br />

como la de Stalin.<br />

<strong>El</strong> derecho de asociación y de reunión tampoco resultaba recomendable.<br />

Dada la concepción absolutista de la soberanía como inalienable e indivisible,<br />

y establecido el dogma de la infalibilidad de la voluntad general, que “es siempre<br />

recta y tiende siempre a la utilidad pública”, es comprensible que Rousseau<br />

concluyera: “Importa, pues, para sentar bien el enunciado de la voluntad general,<br />

que no haya ninguna sociedad parcial en el Estado y que cada ciudadano opine<br />

sólo con arreglo a su propio sentir” (106). Es cierto que Rousseau añade que, si<br />

existen sociedades parciales y asociaciones, entonces es conveniente multiplicar<br />

su número y prevenir su desigualdad; pero su idea contraria al derecho de<br />

asociación está muy clara, y así se refleja en la propia Declaración francesa y<br />

en toda la sans-culotteria posterior.<br />

– 328 –

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