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LA METAMORFOSIS DE LA IDEOLOGÍA - El Corte Inglés

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Católica enmendó la postura antibiológica de San Pablo y estableció como<br />

doctrina ortodoxa del matrimonio dos fines básicos: el que dice San Pablo y el<br />

de la procreación de los hijos. Pero “la consecuencia de ello –escribe Russell– ha<br />

sido que la moral sexual se volviera aún más difícil de lo que la hizo San Pablo.<br />

No sólo el acto sexual es legítimo exclusivamente dentro del matrimonio, sino que<br />

aún entre marido y mujer es pecado a menos que esté dirigido a la procreación. De<br />

acuerdo con la Iglesia Católica, el deseo de tener descendencia legítima es el único<br />

motivo que puede justificar el acto sexual. Pero este motivo siempre lo justifica, sin<br />

importar qué crueldades pueden acompañarlo. Que la mujer odie el acto sexual,<br />

que corra el riesgo de morir en otro embarazo, que sea probable que el hijo nazca<br />

loco o enfermo, que falten recursos para prevenir la última miseria, nada de esto<br />

impide al marido exigir justificadamente sus derechos conyugales, con tal que desee<br />

engendrar un hijo” (79).<br />

Estas ideas, que aún hoy generan debates enconados y problemas en la<br />

legislación civil, fueron desarrolladas y exageradas por la Iglesia primitiva, los<br />

santos padres, los concilios, los obispos y el clero en general, exaltando el<br />

celibato, la continencia, el ascetismo y aún la suciedad corporal. Se atacó la<br />

costumbre de bañarse, porque el cuerpo desnudo incita al pecado, y se prestaba<br />

culto a la virginidad, hasta el punto de que “cortar con el hacha de la<br />

virginidad la selva del matrimonio” era, según San Jerónimo, el fin del hombre<br />

santo. Gentes como Orígenes llegaron a castrarse voluntariamente, cosa bien<br />

vista por San Ambrosio, y a otros los castraron, como a Pedro Abelardo, por<br />

haber mantenido relaciones sexuales con <strong>El</strong>oísa. <strong>El</strong> ascetismo se mezclaba con<br />

la misoginia para degradar especialmente la condición de la mujer. Los padres<br />

de la Iglesia la consideraban como la puerta del infierno y la causa de toda<br />

calamidad pública. Aunque aquí hay que reconocer que la cosa ya comenzó<br />

con Eva y el Génesis o, si se quiere, con el mito de Pandora en la civilización<br />

helénica. Es cierto que, a partir del siglo XII, se produce un extraordinario<br />

florecimiento del culto a María, a la Virgen Madre, que se manifestará en toda<br />

clase de sermones, oraciones, vidas, poesías, cantos e imágenes artísticas. Y es<br />

cierto también que se procuró la recuperación de la figura de Magdalena, la<br />

prostituta arrepentida y salvada por el camino de la purificación y la penitencia.<br />

Pero todo ello se producía en un nivel de esteticismo y evasión espiritual<br />

que, en el plano social y cívico, se expresó en el amor cortés. Precisamente,<br />

para embellecer un poco la baja y dura idea del matrimonio, se buscó un<br />

recurso de alta espiritualidad, declarándolo sacramento. Pero ello sólo sirvió,<br />

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