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LA METAMORFOSIS DE LA IDEOLOGÍA - El Corte Inglés

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al enemigo como “última ratio”, pero requiere una previa decisión política<br />

que defina quién es el enemigo. La guerra procede de la enemistad política;<br />

es la realización extrema de esa enemistad, y dicha enemistad antagónica la<br />

define la política. Durante la “Guerra Fría”, estuvo claro quiénes eran los<br />

enemigos, en el Este y en el Oeste. Después de la caída del Muro de Berlín y<br />

la desintegración de la URSS, algunos anunciaron el fin de la historia, dado<br />

que Occidente se habría quedado sin enemigo. Pero la política no funciona<br />

sin enemigo, e incluso se pensó en buscar uno, a partir de la ecología. Las<br />

circunstancias propiciaron un enemigo de más entidad: el fundamentalismo<br />

islámico, el cual, por su parte, se encargó de situar, en el enemigo americano<br />

y la impiedad occidental, la encarnación del Mal y del Maligno, adoptando<br />

la decisión de combatirlo. <strong>El</strong> Estado, como monopolizador de la violencia<br />

legítima, asume la función de combatir al enemigo, y éste se convierte en la<br />

amenaza máxima para la seguridad de los individuos. De ahí que la confrontación<br />

con el enemigo otorgue la máxima legitimidad del poder. “Los estereotipos<br />

de enemigo refuerzan el poder y tienen la más alta prioridad en el conflicto. <strong>El</strong>los<br />

exceden los conflictos de clase, escenifican e institucionalizan la gran certidumbre<br />

de la contramodernidad”, escribe Ulrich Beck, en La invención de lo político<br />

(29). <strong>El</strong> Estado benefactor tiende a relajar los estereotipos tradicionales del<br />

enemigo, dejando a sus beneficiarios entregados a demandas crecientes de seguridad<br />

para los riesgos cotidianos, dentro de una concepción del ciudadano<br />

como consumidor de bienes y de ocio, predispuesto a la queja y a lo que llama<br />

Pascal Bruckner “el mercado de la aflicción”, en cuanto se producen turbulencias<br />

en la marcha del providencial Estado reductor de incertidumbres, “Lo que<br />

nos hacía libres desde hace cincuenta años –escribe Bruckner en la Tentación de<br />

la inocencia– era la conjunción de la prosperidad material, de la redistribución<br />

social, de los progresos de la medicina y de la paz garantizada a través de la disuasión<br />

nuclear; al amparo de esta cuádruple fortificación podíamos decir “yo”<br />

con toda tranquilidad. Que vacilen estos pilares, que empiece a golpear el paro,<br />

que se desintegre la frágil red de garantías tejida por el Estado providencia, que<br />

la guerra vuelva a Europa, que por último el sida reanude la vieja alianza del<br />

sexo y la muerte, y el individuo, herido en su obra viva, pasa de la desenvoltura<br />

al pánico” (30).<br />

Ya se ha dado ese salto. Las incertidumbres de la sociedad postindustrial<br />

han dado paso a un sentimiento de inseguridad que genera una insatisfacción<br />

aguda. Es obvio que la inseguridad no es nada nuevo en la historia de cualquier<br />

– 554 –

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