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LA METAMORFOSIS DE LA IDEOLOGÍA - El Corte Inglés

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las empresas de Castilla –incluidas las Indias– se apoyó esencialmente, aparte<br />

de la lengua, en su sistema foral. De ahí que la emergencia del nacionalismo<br />

vasco a comienzos de siglo vaya ligado a la cancelación de los fueros por el<br />

sistema constitucional. Existió también un movimiento cultural vinculado a<br />

la idealización de la vida y a las tradiciones rurales, especialmente en el caso<br />

de Trueba, Navarro Villoslada o Vicente Arana. Pero es obvio que el nacionalismo<br />

vasco no se apoyaba con tanta fuerza como el catalán en una cultura<br />

avanzada de tipo modernista, y la mayoría de los intelectuales vascos de aquel<br />

momento, como ha señalado Juan Pablo Fusi, desde Unamuno a Salaverría,<br />

desde Zuloaga o Baroja a Maeztu, estimaban que lo vasco se hallaba enraizado<br />

en la cultura española (54). Con la abolición de los Fueros en 1876, empieza<br />

a desarrollarse un movimiento nacionalista, inicialmente vizcaíno, en medio<br />

de la desintegración de la sociedad agraria tradicional y el desarrollo del industrialismo<br />

pluralista. Eso es lo que explica el carácter urbano y bilbaíno de los<br />

orígenes del movimiento, enarbolando una identidad de tintes reaccionarios<br />

contra la industrialización y la inmigración de trabajadores no vascos, que<br />

es lo que predomina en la doctrina del fundador Sabino Arana. En cuanto a<br />

Galicia, el movimiento nacionalista es de base fundamentalmente cultural,<br />

desde Eduardo Pondal a Rosalía de Castro, desde Manuel Murguía a Curros<br />

Enríquez. Existen, claro está, doctrinas políticas en el inicial movimiento gallego,<br />

pero, en general, no pasan de un cierto regionalismo descentralizador,<br />

como el propugnado por Alfredo Brañas.<br />

De este modo, en el siglo xx se produce el afianzamiento de una identidad<br />

histórica española, muy marcada por la idea de la decadencia y de un pesimismo,<br />

no sólo de literatos y pensadores, sino de los mismos líderes políticos<br />

–baste recordar la “España sin pulso”, de Silvela, o el “español es el que no<br />

puede ser otra cosa”, de Cánovas– que se remontaban muy atrás en nuestra<br />

historia. En la segunda mitad del siglo xix, una serie de escritores se interrogan<br />

por las causas del atraso y la decadencia de España y por la ignorancia<br />

y los prejuicios que en toda Europa existen acerca de lo que aquí ocurre, y<br />

acerca de lo que somos los españoles. Don Juan Valera da una lúcida visión<br />

de ello en un artículo escrito en 1868: “Sobre el concepto que hoy se forma<br />

de España”, concepto casi siempre pésimo, especialmente por parte de los extranjeros.<br />

‘Todos –dice– hablan mal de nuestro presente; muchos desdoran, empequeñecen<br />

o afean nuestro pasado. Contribuye a esto, a más de la pasión, el olvido<br />

en que nosotros mismos ponemos nuestras cosas” (55). En medio de ese clima,<br />

– 135 –

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