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LA METAMORFOSIS DE LA IDEOLOGÍA - El Corte Inglés

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para mandar a sus funcionarios a recaudar impuestos. Al abrirse de nuevo las<br />

sesiones parlamentarias, los Comunes decidieron votar una amonestación al<br />

Rey por su ilegal recaudación y Carlos disolvió el Parlamento, inaugurando<br />

una etapa de gobierno personal autocrático que duró 12 años, en contra<br />

de la doctrina recientemente elaborada por Edward Coke y simbolizada en<br />

la Petición de derechos. Pero eso era tan sólo una fase del combate que<br />

enfrentaba dos concepciones opuestas del poder político. Jacobo y Carlos<br />

Estuardo, apoyados en las tesis jurídicas del derecho romano, sostenían la<br />

doctrina de que la voluntad del Rey era la fuente del derecho y de las leyes,<br />

siendo los jueces meros ejecutores de esa voluntad, como “leones bajo el<br />

trono”. La doctrina de Coke, en cambio, dentro de la mejor tradición del<br />

Common Law inglés, consideraba a la ley con autonomía propia, sólo alterable<br />

por el Parlamento, imparcialmente aplicada por los jueces, lejos de la<br />

arbitrariedad de cualquier tribunal de prerrogativa, como la Cámara Estrellada,<br />

que pertenecía a la tradición jurídica del continente (74). Es decir: la<br />

doctrina amparada en las tradiciones medievales, que defendía Coke, fue la<br />

que sirvió, después de la victoria del Parlamento y la Revolución, para asentar<br />

las libertades de un gobierno moderno, mientras que la procedente de las<br />

nuevas ideas renacentistas era la que servía de fundamento a la monarquía<br />

absoluta, como ocurrió en el continente. Ese conflicto fue el que se dirimió<br />

en la Revolución Inglesa, después de una larga lucha.<br />

Carlos I, ganador del primer asalto del combate, se apoyó para su gobierno<br />

autocrático en dos nuevos favoritos: Tomás Wentworth y el arzobispo<br />

Laud. Wentworth, colmado de honores y convertido en Lord Strafford, según<br />

Macaulay fue “el primer inglés para quien su dignidad de par vendría a ser la<br />

consagración de su propia infamia”. Impulsó el gobierno de Carlos con la preocupación<br />

básica de tener bien repletas las arcas del tesoro, estableciendo por<br />

doquier monopolios e impuestos, como el famoso del ship money, y soñando<br />

con dar a Inglaterra una administración real similar a la que Richelieu había<br />

impuesto en Francia. Pero llegó tarde para poder hacerlo y sólo fue capaz de<br />

oprimir a los protestantes del Ulster y de reclutar un ejército irlandés católico<br />

para luchar contra el partido parlamentario inglés. En cuanto a Laud –un<br />

eclesiástico notable que llegó a arzobispo de Canterbury, y a quien Christopher<br />

Hill ha tratado de rehabilitar hace unos años– también había sido fulminado<br />

por el juicio de Macaulay: “Tengo por este hombre un desprecio más<br />

grande que por cualquier otro personaje de nuestra historia” (75). Este juicio<br />

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