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LA METAMORFOSIS DE LA IDEOLOGÍA - El Corte Inglés

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armada para llevársela (75). La realidad nos muestra que la patria potestad<br />

del antiguo derecho germánico era tan despótica como la del antiguo derecho<br />

romano: el marido compraba a la mujer de forma generalizada, ya se tratara<br />

de godos, francos, sajones, escandinavos, lombardos, burgundios o anglosajones.<br />

Todos los simbolismos de anillos nupciales, velos de novia, arras y demás<br />

accesorios servían para transferir al marido los derechos sobre la mujer y los<br />

hijos, incluidos el de castigarlos, venderlos o matarlos, sin acepción de sexos o<br />

de mercancías. Por supuesto, el adulterio de la mujer era severamente castigado,<br />

no por razones morales, sino porque se consideraba una usurpación de los<br />

derechos del marido y de su propiedad, convirtiéndose él mismo en el propio<br />

juez de la adúltera. <strong>El</strong> hombre, dado que era siempre el propietario, no cometía<br />

nunca adulterio (76). Este derecho y estas costumbres antiguas fueron<br />

evolucionando, pero dentro de las coordenadas de un Estado señorial, donde<br />

había señores, vasallos y pecheros, a los que correspondían también unas<br />

formas acordes de familia, donde el patriarcalismo era la norma. Es decir, la<br />

familia y la patria potestad germánicas habían evolucionado, pero se hallaban<br />

muy lejos del grado de libertad que se había alcanzado en Roma.<br />

En cuanto al cristianismo, sin entrar para nada en los valores religiosos y<br />

la otra vida, está claro que supuso una limitación de la libertad matrimonial<br />

y de la situación de las mujeres alcanzada en el Bajo Imperio. Dice Bertrand<br />

Russell que “el cristianismo, más particularmente San Pablo, introdujo una idea<br />

del matrimonio enteramente nueva: que éste existe en primer lugar, no para la<br />

procreación, sino para prevenir el pecado” (77). Cita como prueba la epístola<br />

de San Pablo a los Corintios, donde responde a las cuestiones que éstos le habían<br />

planteado, en un ambiente donde reinaba la fornicación con toda clase<br />

de excesos. San Pablo empieza por aconsejar que lo bueno para el hombre<br />

es no tocar a mujer alguna, pero, con el fin de evitar la fornicación, tenga<br />

cada uno su mujer y cada una tenga su marido. Recomienda a los solteros<br />

y a las viudas que permanezcan célibes como él, pero, si no pueden guardar<br />

la continencia, deben casarse, que mejor es casarse que abrasarse (78). No<br />

menciona para nada a los hijos, y el fin biológico del matrimonio parece no<br />

tener importancia, lo cual es una novedad notoria en la historia universal<br />

del matrimonio y la familia. Y también era una novedad del cristianismo la<br />

condena de toda fornicación, pues el Viejo Testamento prohibía el adulterio,<br />

pero sólo consideraba adulterio la relación con una mujer casada, siguiendo<br />

el código usual en la antigüedad. Bertrand Russell reconoce que la Iglesia<br />

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