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Marketing de Servicios 6ta Ed, Christopher Lovelock

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El jefe de Carol le había otorgado un permiso de seis semanas

para ordenar los asuntos de su padre. Ella dudaba que

pudiera extender el permiso más allá de las dos semanas restantes.

Ni ella ni ningún otro miembro de su familia estaba

interesado en dirigir la concesionaria. Sin embargo, estaba preparada

para dejar un tiempo su carrera en la administración

del cuidado de la salud para trabajar en un cambio, si esto era

viable. Ella había tenido éxito en su trabajo actual y creía que

no sería difícil encontrar otro puesto de administración de la

salud en el futuro.

LA CONCESIONARIA

Al igual que otros concesionarios de automóviles, Sullivan

Ford Auto World operaba un departamento de ventas y uno

de servicios, a menudo conocidos en el negocio como “mostrador”

y “trastienda”, respectivamente. Ahí se vendían automóviles

nuevos y usados, pues una gran proporción de la

venta de automóviles y camionetas nuevas implicaba la comercialización

del vehículo que tenía el comprador. Auto

World también compraba automóviles usados en buenas condiciones

en concesión para su reventa. Los compradores que

no podían pagar el precio de un automóvil nuevo a menudo

compraban un vehículo “con dueño anterior”, mientras que

en ocasiones, a los clientes que buscaban un automóvil usado

se les podía convencer para que compraran uno nuevo. Antes

de poner en venta los vehículos usados se les daba un servicio

cuidadoso, reemplazando las partes necesarias. Además

recibían un servicio de limpieza profunda por parte de una

empresa a la que se contrataba de acuerdo con las necesidades.

Los golpes y los defectos se arreglaban en un taller cercano,

y en ocasiones también recibían un baño de pintura.

El mostrador de la concesionaria contaba con un gerente

de ventas, siete vendedores, un gerente de oficina y una secretaria.

Uno de los vendedores había avisado que se iría a finales

de la siguiente semana. El departamento de servicio,

cuando contaba con todo su personal, tenía un gerente de servicio,

un supervisor de refacciones, nueve mecánicos y dos

personas que redactaban las órdenes de trabajo. Las gemelas

Sullivan a menudo trabajaban medio tiempo tomando las órdenes

de trabajo, sustituyendo a alguno de los empleados

cuando estaba enfermo o de vacaciones, o cuando había alguna

vacante, como ocurría en ese momento. El trabajo implicaba

programar las citas de reparación y mantenimiento, redactar

cada orden de trabajo, llamar a los clientes para informarles

los costos de reparación, ayudarlos cuando regresaban a recoger

los automóviles y a pagar por el trabajo.

Sullivan-Diaz sabía, por su propia experiencia redactando

órdenes de trabajo, que podía ser un trabajo estresante.

Casi a nadie le gustaba quedarse sin automóvil, incluso durante

un día. Cuando un automóvil se descomponía o tenía

problemas, con frecuencia el propietario se mostraba preocupado

por el tiempo que llevaría la reparación y, si la garantía

había expirado, por el costo de la mano de obra y de las refacciones.

Los clientes eran bastante intolerantes cuando un

problema no se resolvía por completo en el primer intento y

tenían que regresar su vehículo para trabajar más en él.

Las grandes fallas mecánicas generalmente no eran difíciles

de reparar, aunque los costos por reemplazo de refacciones

podían ser muy elevados. Con frecuencia las cosas “pequeñas”,

como fugas de agua y problemas de cableado, eran las

más difíciles de diagnosticar y corregir, y en ocasiones era necesario

que el cliente regresara dos o tres veces antes de que el

problema quedara resuelto. En esas situaciones, el costo de las

refacciones y de los materiales era relativamente bajo, pero

los costos de mano de obra aumentaban con rapidez, hasta

$45 por una hora de trabajo. En ocasiones los clientes podían

ser bastante abusivos y gritaban a los empleados de servicio

en el teléfono o discutían personalmente con los representantes,

los mecánicos y el gerente de servicio.

La rotación del personal que tomaba las órdenes de trabajo

era elevada, razón por la cual el padre había presionado a Carol,

y más recientemente a sus hermanas, para que “siguieran esforzándose”,

tal como él lo describía. Más de una vez ella había

visto a algún exasperado empleado de servicio responderle de

mala manera a un cliente quejoso o colgar el teléfono a un cliente

que se estaba portando de manera abusiva. Gail y Joanne

estaban turnándose para cubrir el puesto vacante, pero había

ocasiones en que ambas tenían clases y la concesionaria sólo

contaba con un empleado para tomar las órdenes de trabajo.

Según los estándares nacionales, Sullivan Ford Auto World

se ubicaba en la parte baja de las concesionarias de tamaño medio,

porque vendía alrededor de 1,100 automóviles al año, dividido

en igual proporción entre los vehículos nuevos y los usados.

En el año más reciente, sus ingresos ascendieron a 26.6 millones

de dólares por la venta de automóviles nuevos y usados, y 2.9

millones por servicio y refacciones, a diferencia de 30.5 millones

y 3.6 millones, respectivamente, el año anterior. Aunque el valor

unitario de las ventas de automóviles era alto, los márgenes eran

bastante bajos, y las ganancias que se obtenían por los automóviles

nuevos eran mucho menores que las que se conseguían por

los usados. Los lineamientos de la industria sugerían que el margen

de contribución (conocido como margen bruto departamental)

de las ventas de automóviles debía ser de alrededor del 5.5

por ciento de los ingresos por ventas, y en el servicio de alrededor

del 25 por ciento de los ingresos. En una concesión típica,

el 60 por ciento del margen bruto provenía de las ventas y el

40 por ciento del servicio, pero el balance estaba cambiando de

las ventas al servicio. Luego, el margen bruto se aplicaba a los

gastos fijos, como los salarios administrativos, la renta o el pago

de la hipoteca, así como los servicios públicos.

Sullivan-Diaz había determinado que, durante el último

año, las cifras del margen bruto eran del 4.6 y 24 por ciento, respectivamente,

más bajas que el año anterior, lo cual era insuficiente

para cubrir los gastos fijos de la concesionaria. Su padre

no había mencionado las dificultades económicas y ella se había

sorprendido al enterarse por el banco, después de su muerte,

que Auto World debía dos meses del pago de la hipoteca sobre

la propiedad. Análisis más detallados demostraron que las

cuentas por pagar habían aumentado drásticamente los seis

últimos meses. Por fortuna, la concesionaria contaba con una

importante póliza de seguros sobre la vida de Sullivan y ese dinero

había sido más que suficiente para cubrir los pagos de la

hipoteca, liquidar todas las cuentas vencidas y dejar algunos

fondos para futuras contingencias.

546 Sullivan Ford Auto World

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