miguel de unamuno frente al modernismo religioso - Gredos ...

personalmente evitaría remitir a las obras narrativas por el equívoco al cual están
sujetas, pero reconozco que Quintín Pérez tendría alguna dificultad en comprender
mis razones – que sólo los que se dedican a la escritura creativa pueden
comprender de verdad – por el mismo mótivo por el que él que suscribe no puede
comprender la obstinación ortodoxa católica en seguir sosteniendo la validez de
dogmas que parecen fundarse en verdades muertas hace tiempo.
De Cirarda a Caminero
Además de Quintín Pérez, otro teólogo que se ocupó del pensamiento religioso
unamuniano fue José María Cirarda y Lachiondo durante el discurso inaugural
pronunciado en la apertura del curso de 1947-1948. Pero los presupuestos de su
estudio son diferentes, en este caso analizar la faceta modernista de su compleja
orientación religiosa. Las reservas son muchas, no podía ser de otro modo, y por
honradez intelectual no puede hacer menos que reconocer que al mismo pensador
le hubiera disgustado, “le hubiera exacerbado oír que hablábamos del modernismo
de su pensamiento religioso” 62 , que hubiera protestado “no más oído el título [«El
modernismo en el pensamiento religioso de Miguel de Unamuno»], de la manera
de enfocar este trabajo” 63 , que no pretende llamarle sencillamente modernista
porque el modernismo como “doctrina sistematizada y completa, no ha existido
jamás” 64 y porque es realmente difícil “encuadrar en un sistema previamente
hecho a un autor, que entre otros derechos íntimos consideraba como uno de los
más preciosos el inalienable de contradecirse” 65 . Las premisas son necesarias, de
otra forma podría malentenderse su esfuerzo investigador, que no fue el de
etiquetarle como modernista, sino de estudiar el nexo entre Unamuno y el
movimiento; de ahí que no se detenga en analizar las divergencias, ya que sólo le
interesa comentar las semejanzas y destacar su sustancial herejía fomentando la
sucesiva condena de 1957 al declarar que “Todas sus obras de carácter religioso
62 J. M. Cirarda y Lachiondo, cit., p. 12.
63 Ibidem, p. 3.
64 Ibidem, p. 13.
65 Ibidem, p. 14.
163