miguel de unamuno frente al modernismo religioso - Gredos ...

pasaje de los Stromata de Clemente de Alejandría, donde se dice (IV, 22, 136) que
si alguien le propusiera al gnóstico elegir entre el conocimiento de Dios y la
salvación eterna, suponiendo que fueran dos cosas distintas, el gnóstico elegiría
sin duda el conocimiento de Dios.
En rigor, el conocimiento, o mejor, el sentimiento de Dios – ya que Dios es
inconcebible – es en el fondo para nosotros la misma salvación eterna, que se
reduce a nuestra esperanza en la finalidad trascendente del universo, y como
resultado de eso, en la supervivencia de nuestro espíritu y de nuestra obra
espiritual.
El apóstol Pablo dijo que la fe es «sustancia de las cosas esperadas», y en rigor
la fe es más una obra de esperanza πίστις (confianza), que una obra de
conocimiento, γνῶσις (ciencia).
El hombre conoce para vivir y conoce sólo lo que necesita para conservar y
aumentar la vida. El conocimiento tiene históricamente un origen teleológico o
finalista. Y si se preguntara cuál es el objetivo de la vida, se podría contestar: la
vida misma, su conservación y su acrecentamiento. Y el objeto central de nuestra
fe, la sustancia de lo que esperamos, nuestro radical anhelo, se fija en la
inmortalidad del alma. Tenemos miedo y a veces vergüenza a la hora de afrontar
este problema; la fe en la inmortalidad del alma individual nos parece una
creencia pueril, y sin embargo este problema es el centro implícito de todas las
investigaciones y especulaciones de orden religioso.
En el ensayo titulado «La religione», que Giuseppe Rensi publicó en el primer
número de la revista Cœnobium de Lugano, se decía con razón que la creencia en
la inmortalidad es la cosa más obvia, más bien inevitable, porque deriva de la
imposibilidad lógica en que se encuentra nuestra mente de pensarse no pensante;
imposibilidad que surge de esto: para conocer nuestra mente extinta, nosotros
tenemos que acompañarla y estar cerca en su muerte con nuestro pensamiento, es
decir, con nuestra mente viva. Por mucho que sea una ilusión, nosotros estamos,
en fuerza de nuestra misma construcción mental, inevitablemente vinculados tanto
a la inmortalidad como a las categorías de tiempo, de espacio y de causa. Así
Rensi; y más adelante propone como solución de tal inextinguible aspiración, la
renuncia religiosa a la inmortalidad, cosa que equivaldría a un suicidio espiritual y
moral, a desecar el manantial mismo de la vida del espíritu y de toda religión.
Toda religión, en efecto, surge del deseo de un más allá que, como diré más
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