miguel de unamuno frente al modernismo religioso - Gredos ...

lo dicho hasta ahora y por el interés del presente estudio, algunas de sus
composiciones líricas sobre el tema cristológico.
La primera en orden cronológico es «El Cristo de Cabrera», ubicado en plena
dehesa salmantina, que compone en 1899. Don Miguel presenta aquí la imagen de
un Cristo tosco, austero e impasible, acorde con la quietud del campo que le
rodea. A sus pies están los campesinos que rezan en silencio y dejan allí en
ofrenda “el vaso del corazón henchido de penas” 319 , reflejo de un pueblo dolorido
y resignado, de una dimensión intrahistórica que coincide con la fe de los
sencillos. Aquella visión suscita en el pensador un sentimiento muy humano y
terrenal, fruto del tosco y grosero trabajo del hombre que produjo aquella imagen
de una forma tan torpe:
“Aquella fealdad y grosería
de pobre monstruo humano
que en sí el fruto recoje
que los vicios sembraron de los hombres,
honda piedad inspiran
al pobre Cristo
amasado con penas,
al Cristo campesino
del valle de Cabrera” 320 .
Es la misma sensación que volverá en su producción cristológica posterior,
pero estamos lejos de la repugnancia del Cristo de Palencia ya que aún domina esa
amargura determinada por la soledad que el poeta cuenta con extremo cariño:
“¡Valle de selección en que el silencio
melancolía incuba,
asilo de sosiego,
crisol de la amargura,
valle bendito,
solitario retiro
del Cristo de Cabrera,
319 «Carta a Ilundain», 24 de mayo de 1899, en H. Benítez, cit., pp. 294-295.
320 «El Cristo de Cabrera», OCV, XIII, vv. 117-125, p. 239.
269