miguel de unamuno frente al modernismo religioso - Gredos ...

nos resignamos a ignorar por qué se nos resiste el robar o el matar el prójimo, y
buscamos razones que expliquen esta nuestra resistencia, razones que son, muchas
veces, especiosas. Más de un sujeto que cree de buena fe que no hace tal o cual
cosa, que le han enseñado ser pecado grave, por miedo al infierno, seguiría no
haciéndola si perdiese este miedo, y entonces inventaría otra razón cualquiera para
explicarse su resistencia a cometer los actos pecaminosos. Y esto, aunque sea
frecuente entre los brutos mentales la creencia de que el temor al demonio y a las
penas eternas son una de las bases del orden social. ¡Pobre orden social si
dependiera de eso!
Y hay en esta necesidad que sentimos de explicar nuestra conducta dos grados,
y son: la necesidad de explicárnosla a nosotros mismos, y la necesidad de
explicarla a los demás.
Cuando un sujeto busca para los demás una explicación, distinta de aquella que
se da a sí mismo, decimos que es un hipócrita; siendo, pues, el hipócrita el que
tiene dos explicaciones de su conducta: la que se da a sí mismo y la que da a los
demás, y ambas, con mucha frecuencia, igualmente falsas.
¿Y de qué modo el combatir la explicación que uno da de su conducta puede
influir en la conducta misma? Si demostramos que la doctrina con que un
individuo trata de explicar su conducta es insostenible, y no la explica, le
obligamos a que busque otra, sea para justificarse ante los demás tan sólo, sea
para justificarse ante los demás y ante sí mismo a la vez, del mismo modo que si a
un chicuelo que inventa un pretexto para salirse con la suya se le destruye el
pretexto, se le obliga a buscar otro.
Un chiquillo se levanta un día con una cantidad de tensión nerviosa, o lo que
fuere, a que siente necesidad de dar salida con el llanto, y los hay que, como no
quieren llorar sin motivo, lo buscan. Piden una cosa, y si se la dan, piden otra, y
acaban por pedir la luna, a sabiendas de que no pueden dársela, para tener así un
pretexto de llorar. Y no lloran porque no se les ha dado la luna, sino que han
pedido la luna, sabiendo que no se la pueden dar, para justificar así su llanto. Y
una cosa parecida les pasa a los mayores.
Y así resulta que si se influye en la conducta de un individuo, destruyendo las
doctrinas teóricas en que él la cree fundada, es porque al dejarle insatisfecha la
necesidad de explicarse a sí mismo su modo de obrar, se le introduce en el ánimo
una inquietud de orden sentimental, no intelectual, inquietud que ejerce influencia
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