miguel de unamuno frente al modernismo religioso - Gredos ...

intradiegética, Ángela Carballino, sobre el anhelo de inmortalidad, que el párroco
de Lucerna, paradójicamente, infundió en su pueblo aun sin creer:
“¿Es que todo esto es más que un sueño soñado dentro de otro sueño? ¿Seré yo, Ángela
Carballino, hoy cincuentona, la única persona que en esta aldea se ve acometida de estos
pensamientos extraños para los demás? ¿Y éstos, los otros, los que me rodean, creen? ¿Qué es eso
de creer? Por lo menos, viven. Y ahora creen en San Manuel Bueno, mártir, que sin esperar
inmortalidad les mantuvo en la esperanza de ella” 41 .
Amor y pedagogía es un grito de desesperación en forma satírica causado por
un eterno contraste entre la paradoja de la Forma de una ciencia pedante y el
sentido común de la Materia. Don Avito, don Fulgencio, Marina, Apolodoro y
todos los personajes que allí aparecen son máscaras grotescas de una comedia que
se funda en la antinomia entre disparate y recto juicio, veleidad y desesperación.
La reflexión sobre la muerte que engendra esta desesperación se da,
concretamente, en el filósofo Fulgencio Entrambosmares. Éste, dirigiéndose a su
discípulo Apolodoro, se considera enfermo de erostratismo por no creer en la
inmortalidad del alma y, consiguientemente, estar dispuesto a todo – como
Eróstrato que quemó el templo de Éfeso – a fin de que su nombre se haga
imperecedero. De ahí que describa las consecuencias de la perdida de fe en la
eternidad:
“Sí, Apolodoro – cogiéndole de una mano –, no creemos ya en la inmortalidad del alma y la
muerte nos aterra, nos aterra a todos, a todos nos acongoja y amarga el corazón la perspectiva de la
nada de ultratumba, del vacío eterno. Comprendemos todos lo lúgubre, lo espantosamente lúgubre
de esta fúnebre procesión de sombras, que van de la nada a la nada, y que todo esto pasará como
un sueño, como un sueño […] Y los que te digan que esto no les preocupa nada, o mienten o son
unos estúpidos, unas almas de corcho, unos desgraciados que no viven, porque vivir es anhelar la
vida eterna, Apolodoro […] Y como no creemos en la inmortalidad del alma, soñamos en dejar un
nombre, en que de nosotros se hable, en vivir en las memorias ajenas. ¡Pobre vida!” 42 .
Este es, para Unamuno, el drama del hombre moderno, de quien quiere creer
para seguir viviendo y sin embargo vive angustiado por la certeza, solicitada por
la razón, de que vendrá el día de su muerte. Es lo que exclama también el propio
don Fulgencio:
41 SMBM, OCV, XVI, p. 626.
42 AP, OCV, II, p. 543.
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