miguel de unamuno frente al modernismo religioso - Gredos ...

Mi estimado señor y amigo,
18-I-1907
me dice usted que quiere ser cristiano, pero no lo es. Tal es el estado de alma de
casi todos los hombres de corazón. ¿Conoce usted a Sören Kierkegaard, un
pensador danés muerto en 1855? Se lo recomiendo.
En el fondo creer en Dios es querer que Dios exista. Hay quienes quieren que
haya Dios sin lograr creer en su existencia, y son los desesperados; hay quienes
quieren que le haya y lo creen: son los creyentes; hay quienes creen que le hay sin
quererlo, y aquí entran no pocos ateos y sectarios; y hay, por fin, quienes no creen
en él ni quieren que le haya y estos son los miserables.
Ser cristiano! Ser cristiano es una aspiración y casi una imposibilidad. El Cristo
dijo «sed perfectos como nuestro padre» ordenándonos el absoluto de la
perfección.
Yo no sé que decirle, pues me encuentro en el abismo de la tristeza. Cerré el
año 1906 con salud yo y mi mujer y mis siete hijos, con un buen balance
económico, con aumento de mi crédito literario, con todo lo que se llama
prosperidad y con una murria (spleen) terrible. La llamada felicidad no es más que
la sombra de la angustia metapsíquica. Alegres sólo pueden vivir los santos o los
imbéciles.
A mí no me pasa lo que a usted. Cuanto más cristiano quiero ser, menos
católico me encuentro. No puedo transigir con una Iglesia que enseña que no se
salva el que no admita tales y cuales dogmas metafísicos, una teología fundada en
la escolástica del siglo XIII. Una cosa es la comunión espiritual de los fieles
cristianos y otra la Iglesia Católica apostólica romana.
Estoy bastante al corriente de ese movimiento neo-católico de que me habla, he
leído y poseo las dos obras de Alfred Loisy que me cita y otras en la misma
dirección, pero ese movimiento, si triunfa, acabará con la ortodoxia católica. Vea
usted lo que Roma, es decir, el Vaticano, hizo con Loisy y lo que ha hecho con Il
Santo, de Fogazzaro (libro que no conozco). Los países católicos latinos tienen
que pasar por algo que sea a ellos lo que la Reforma protestante fue a los pueblos
germánicos. Necesitamos nuestra Reforma, la nuestra, y no la traducida. De otro
modo caeremos en el deplorable jacobinismo francés, donde un ministro, M.
Viviani, se jacta de haber arrebatado al pueblo la fe en la otra vida, fe sin la cual
puede vivir un individuo pero no todo un pueblo.
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