TESIS DOCTORAL - Instituto de Migraciones

situación. Tomaba más copas de las permitidas. Venían muchos
empresarios, abogados, jóvenes y también algunos viejos asquerosos.
Por un lado me divertía bastante. Pero, por otro también me estresaba
porque allí se trabajaba mucho. Comenzaba a trabajar a las seis de la tarde
y cerraba a las cinco de la madrugada. Los fines de semana cerraba a las
seis. Tenía algunos días que ya les decía a los clientes que estaba en el club
de vacaciones, porque no aguantaba. A veces me daban dolores de cabeza.
Algunas noches hacía cuatro, cinco, hasta siete pases. Pero, depende. No es
tanto la cantidad, a veces unos pocos clientes te costaban mucho porque
pagaban una hora o más y estaban todo el tiempo follando, y yo follaba sin
ganas. Yo, cuando no disfruto me pongo muy seca y entonces los condones
me hacen daño. Para eso utilizo un gel.
Trabajé bien allí. Me llevaba bien con todas las chicas. Pero, las rumanas
no suelen aceptar chicas de otras razas. Las rumanas follaban todas sin
condón. Estropean a los clientes. Luego suben contigo y también te piden
hacerlo sin condón. Y alguna follaba hasta con la regla. Les da todo igual.
Por eso algunos clientes no querían a las rumanas, decían que eran todas
unas asquerosas.
Una noche vino la policía de Extranjería y nos llevaron a todas para
comisaría. Me pusieron con todas las rumanas, menos mal que me llevaba
bien con ellas, porque sino hubiera sido un inferno. Llegamos a las siete de
la tarde y a mí me soltaron al mediodía del día siguiente. Las rumanas se
quedaron allí hasta la tarde.
Aquella misma noche volví al “Latino” para trabajar. Pero, estaba nerviosa.
Como tenía miedo y no quería dormir en la cárcel me quedé en casa
durante dos semanas. Después, me fui a otro club, al “Tigre de Marfil”.
Localicé el número de teléfono a través de internet. Llamé y me dieron el
número de teléfono del propietario. Hablé con él y me dio la plaza. Llegué
allí para trabajar. Es un club pequeño, que tenía entonces dos rumanas, tres
rusas, una búlgara, una africana y diez brasileras. Estuve trabajando allí
junio, julio y agosto de 2005. El horario era el habitual, los fines de semana
cerraba más tarde, a las cinco.
Una noche llegó un chico de unos veintidós años y me preguntó cuánto
costaba el sexo anal. Le contesté que trescientos euros. Me protestó, que
era muy caro y que le bajase algo. Yo le dije que no. Y él aceptó. Entonces,
le pregunté si tenía la polla muy grande y me contestó que no, que la tenía
pequeña. Como no me fiaba, le toqué la polla para comprobarlo y sí, la
tenía pequeñita. Subimos a la habitación. Tenía tantas ganas que se quitó la
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