TESIS DOCTORAL - Instituto de Migraciones

y al pueblo. Entonces, las campanas de la iglesia rodaron y cayeron al río.
La gente dice que se escuchan tocar las campanas en el río. Cuando la
maldición todo el mundo tuvo que irse para sus casas. Y en la casa donde
vivía ella, aquella mujer se ahogó junto con muchos de los hombres que la
habían amado. Esa es la historia. Me la contó mi abuela, que tiene sesenta
años, dos hijos y doce nietos. Uno de los hijos es mi papá.
Anserma es un pueblo con muchas tradiciones. Se celebran las fiestas del
regreso cada tres o cuatro años. La gente se reencuentra. Los viernes,
sábados y domingos es cuando hay más gente en el pueblo. Por la calle
principal pues te encuentras todos los negocios donde puedes tomar algo, y
los carritos con dulces, y los que venden los mangos.
En Anserma no vives la violencia. Eso sí, al ser un pueblito muy pequeño,
todo el mundo se conoce. Hasta que según la maldición se hunda en el
túnel…
Nosotros vivíamos frente a un coliseo. Nuestra casa tenía teléfono y en
aquellos años eso significaba tener dinero. Resulta que se instaló en el
pueblo una patrulla del ejército. Se instalaron en el coliseo. Ellos visitaban
mucho nuestra casa para llamar por teléfono. Mi abuela estaba encantada.
Ellos tenían reuniones en las que preparaban hacer una limpieza en el
pueblo. Querían matar a los indigentes. Y esas matanzas se hicieron. Un
miembro de mi familia fue testigo se eso. Ellos se fueron. Pero, antes lo
amenazaron, que si abría la boca lo matarían y con él a toda su familia, es
decir, a nosotros.
Yo tenía entonces unos catorce años. Los soldados se fueron y nosotros
empezamos a recibir llamadas telefónicas amenazándonos. Y ya empezaron
a seguir a mi mamá cuando ella iba a la escuela. También a mi papá. A mí
también algunos días cuando iba al colegio. Prácticamente nos encerraron.
Entonces, a mí me retiraron del colegio y me enviaron a Manizales. De
Anserma a Manizales hay unas dos horas en autobús. Me iba los lunes y
regresaba los viernes. Para ir de Anserma a Manizales hay que pasar dos
pueblos: Risaralda y Arauca. Hubo una época en que me tocó viajar todos
los días. La carretera era muy mala. Salía del colegio corriendo para no
perder el bus. Y llegaba a casa sobre las nueve y media, molida por el viaje.
A veces me pagaban el pasaje cuando llegaba a casa. Y un día el conductor
no me quiso llevar. Le lloré desesperada y no me quiso llevar. Me dejó allá
sola en el terminal. Yo no tenía nada de dinero y no sabía qué hacer.
Entonces, le dije a un señor que me regalara cien pesos, y aquel señor me
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