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TESIS DOCTORAL - Instituto de Migraciones

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dinero también <strong>de</strong> una cuenta conjunta con su padre, porque sólo <strong>de</strong> su<br />

trabajo era imposible que pudiese ganar tanto dinero.<br />

En esa época yo tenía mucho miedo <strong>de</strong> la policía. José me hizo una<br />

propuesta para ir a vivir con él. Estaba separado <strong>de</strong> su mujer y tiene un hijo<br />

<strong>de</strong> quince años. Entonces, me alquiló un piso en Rába<strong>de</strong> y me salí <strong>de</strong>l club.<br />

Y me dijo que me ayudaría con mis papeles. Cuando entró la regularización<br />

José me hizo un contrato, pero no sirvió porque teníamos un documento <strong>de</strong><br />

convivencia. Entonces, fue a buscar a un primo suyo para hacer el contrato.<br />

Pero, José tuvo que comprar unas cabritas porque sino no le <strong>de</strong>jaban darme<br />

<strong>de</strong> alta. Yo no entendía nada, <strong>de</strong>sesperada <strong>de</strong> la vida. Un rollo con esas<br />

cabritas… En mi país las cabritas son animales igual que las galinhas, no<br />

tienen nombre, pero aquí en España son como las personas, ¡meu Deus!<br />

Después <strong>de</strong> dos meses viviendo en Rába<strong>de</strong>, resolví hacerle una propuesta a<br />

José. Le dije que podíamos vivir juntos en la finca, y que los trescientos<br />

euros que pagaba por el piso mejor me los daba a mí para enviárselos a mis<br />

hijos en Brasil, ciento cincuenta euros para cada uno. Y a él le pareció<br />

buena i<strong>de</strong>a. Es muy buena persona… Entonces, nos fuimos a vivir en la<br />

finca. Yo me quedaba todo el día sola, porque José trabajaba y su hijo<br />

estudiaba en Rába<strong>de</strong>. Sólo tenía <strong>de</strong> compañía un cachorro pequeno. No había<br />

nada. Era un lugar triste y aburrido. Me sentía como un niño perdido.<br />

Miraba para un lado: pinos; miraba para otro: pinos, pinos por todas partes.<br />

Veía la televisión. José llegaba a casa a las siete y media o las ocho. Me<br />

sentía <strong>de</strong>sesperada, allí encerrada en aquel sitio.<br />

José me daba trescientos euros todos los meses para mandar a mis hijos. Lo<br />

peor era aquella agua fría, fría… No conseguía ni lavar la ropa. Y no tenía<br />

ni lavadora. Todo eso me parecía difícil. Como José era celoso tenía miedo<br />

<strong>de</strong> que me marchase y no me <strong>de</strong>jaba ir a Lugo para estar con mis amigas.<br />

Después fue cuando fuimos a comprar las cabritas. Fuimos a Sarria y<br />

compramos diez cabritas. Yo tenía que cuidarlas, darles <strong>de</strong> comer y <strong>de</strong><br />

beber a toda hora. Ellas siempre bee, bee… Yo era como la madre <strong>de</strong> esas<br />

cabritas. Tenía que hacerlo por mis papeles.<br />

Gracias a Dios, salieron mis papeles. El mismo día que me llegó el<br />

documento vendí las cabritas. Se las llevó un hombre <strong>de</strong> Sarria por treinta<br />

euros. Entonces, gracias a Dios, me quedé libre <strong>de</strong> esas cabritas.<br />

José era un hombre muy <strong>de</strong>sorganizado. Tenía un montón <strong>de</strong> basura<br />

acumulada en la casa, y el hijo hacía igual. Parecía como si tuviesen esa<br />

enfermedad <strong>de</strong> coger la basura y llevarla para la casa. Yo siempre le <strong>de</strong>cía a<br />

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