TESIS DOCTORAL - Instituto de Migraciones

de otras tres personas; le sacaron toda la piel y también le quitaron la grasa
para hacer medicinas.
Yo en aquella época era muy delgada, pesaba tan sólo cuarenta kilos, y me
subía fácilmente a los árboles para coger la fruta del açaí. Subía con un
facâo. Entonces, mi abuelo se adentraba en la selva para cazar. Cazaba
tucanes. Yo adoro la carne de tucán, es una carne roja, muy buena. Me
daban un poco de pena, pero siempre después de comérmelos…
Todos los sábados hacíamos una fiesta. En casa de mi abuelo hacíamos el
vino de açaí, y en casa de mi tío íbamos a tomar grapa de caña de azúcar.
También hacíamos rapadura. Otras veces íbamos también a casa de otros
parientes, matábamos un buey y hacíamos un churrasco. Allí todo el mundo
tenía bueyes, vacas y búfalos, búfalos negros. Mi tío era de los que más
tenía en el pueblo. También teníamos caballos, cabras, gallinas, patos,
pavos y tortugas. Allí nadie pasa hambre. El Amazonas es muy rico. Tienes
caza y pesca abundante. Puedes pescar pacú, tucunaré, cará, etc. Y algunos
peces se capturan con flechas. Mi abuelo pescaba así los peces más
grandes: tambaquí, pirarucú, piraña negra, etc. Estoy segura de que todavía
sigue pescando de esa manera…
Mi abuelo una vez se perdió en la selva. Estuvo en el mato durante veintiún
días y ya todo el mundo en el pueblo lo daba por muerto. Yo todavía no
había nacido, pero me lo contaron varias personas de mi familia. Durante
todos esos días mi abuelo sobrevivió a base de frutas de la selva y agua. Me
contaron que él llegó a escuchar el barullo de los indios bravos, los que
todavía andan desnudos. Todos lo daban por muerto, porque no aparecía. Y
después de los veintiún días llegó al pueblo todo flaco y lleno de heridas y
de picaduras de los bichos que lo picaban durante la noche.
Afortunadamente, se recuperó pronto.
También conocí a mi bisabuelo, que era muy anciano. Para ir hasta su casa
teníamos que ir remando por el río durante unos quince kilómetros. Él
estaba enfermo y nosotras, mis primas y yo, lo íbamos a visitar dos veces
por semana. Un martes que fuimos, él me dijo: - Camilinha, por favor,
hazme un café. Y yo se lo hice. Fue lo último que hice por él. Cuando
regresamos a casa, al viernes siguiente, falleció. Antes de morir, mientras
agonizaba, mi bisabuelo mandó que hiciésemos un churrasco, que no
quería un velório ni que nadie llorase por su muerte. Lo enterramos allí, en
la selva, a unos ocho metros de su casa. Desde su muerte todo cambió. Yo
volvía de vez en cuando, pero ya nada era igual.
250