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Actas del Congreso

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Hacia una sociedad donde los derechos humanos sean algo real<br />

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formados por el lado opuesto, subidos a una cinta transportadora que los<br />

convertía en productos manufacturados. La imagen puede interpretarse<br />

como una denuncia de la influencia negativa de la escuela en los alumnos,<br />

consistente en destruir la alegría y espontaneidad natural con la que llegan<br />

a ella, para someterles a un proceso rígido artificial. Pero hay otra lectura<br />

posible de la viñeta: la escuela no respeta la diversidad <strong>del</strong> alumnado, pues<br />

impone sobre todos ellos unos mismos esquemas con el objetivo de convertirlos<br />

en una especie de clones culturales.<br />

La educación formal es un asunto complejo que, cuando afronta plenamente<br />

todas las consecuencias de la diversidad <strong>del</strong> alumnado, se convierte<br />

en extremadamente complejo. Es una obviedad histórica que los centros<br />

escolares no han sido instituciones al servicio de la diversidad de la población<br />

a la que han atendido y se precisa de un nuevo planteamiento como<br />

bien manifiesta (Hargreaves, 1996: 287) cuando indica que “las reglas <strong>del</strong><br />

mundo están cambiando”, y añade:<br />

“es hora de que las reglas de la enseñanza y <strong>del</strong> trabajo de los docentes varíen con<br />

ellas (…). Mientras la sociedad cambia a una era postindustrial, postmoderna, nuestras<br />

escuelas y nuestro profesorado permanecen apegados a enormes edificios de<br />

burocracia y modernidad, a jerarquías rígidas, aún aisladas…”<br />

Sin embargo, estar al servicio de esa diversidad significa respetarla, aceptarla<br />

y orquestar unos modos de funcionamiento curricular y organizativo<br />

que permitan el desarrollo de cada individuo, sean cuales fuesen sus características<br />

físicas, psicológicas o socioculturales. Bien al contrario, puede decirse<br />

que los sistemas educativos en general, y su concreción institucional<br />

en particular, o sea, los centros escolares, han obviado o menospreciado la<br />

diversidad, orientando toda su acción hacia un alumno-tipo, abstracto. A<br />

este alumno se le presuponen unos niveles de desarrollo en función de su<br />

edad, esperándose de él unos comportamientos, unas inquietudes, unos<br />

intereses y unas capacidades “prototípicas”, como si ese alumno-tipo o<br />

alumno-medio tuviese las características de la mayoría, cuando muy probablemente<br />

no sea posible encontrar ni un solo ejemplar que encaje en ese<br />

dibujo prototípico que dan por sentado algunas teorías psicopedagógicas,<br />

editoriales de libros de texto, parte <strong>del</strong> profesorado, e incluso, a veces, la<br />

administración educativa; ignorando que “el hecho de situar explícitamente<br />

a un individuo en una jerarquía de excelencia modifica a su vez su autoimagen<br />

y el valor social que se le reconoce, y, por ende, sus oportunidades,<br />

sus posibilidades de acción, su porvenir; en especial, cuando el juicio emana<br />

de una institución que detenta determinado poder y una legitimidad<br />

reconocida” (Perrenoud, 1990: 261).

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