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WILLIAMS, George H. (1979) La Reforma Radical, Harvard University, Massachusetts (1)

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Llevando bien firme esta convicción, Nicolás e Isabel se habían estableado en<br />

Estrasburgo y se habían asociado con Hofmann y otros separatistas especulativos que se daban<br />

cita en casa del orfebre Valtin Duft. Llegó, sin embargo, el momento en que Hofmann entendió a<br />

las claras lo que Frey quería decir cuando hablaba de su "hermana espiritual", y entonces 'o<br />

condenó con mucha indignación, y la pareja tuvo que buscar otro lugar en que vivir. En su propia<br />

teología, Hofmann se servía abundantemente de la terminología nupcial (cap. xi.3), pero se<br />

escandalizó al descubrir que Frey estaba empleando este lenguaje místico-patriarcal en un<br />

sentido qué a él le pareció adulterio común y corriente recubierto de plumas de avestruz<br />

arrancadas de la Escritura. A partir de ese momento, los dos radicales fueron enemigos<br />

encarnizados, y Hofmann se sintió particularmente agraviado al ver que se le relacionaba con su<br />

enemigo durante la confrontación sinodal.<br />

Sometido a interrogatorio en presencia de los teólogos y magistrados, Frey siguió<br />

afirmando que Isabel Pfersf eider era su única mujer auténtica; pero, para gran alivio, sin duda,<br />

de los hofmannitas y de los marpeckianos, ya no se seguía considerando uno de ellos. Afirmó,<br />

por el contrario, que ni el bautismo de los teólogos sinodales ni el de los anabaptistas era el<br />

auténtico, y que la única iglesia verdadera, cuya cabeza visible se consideraba él, era<br />

esencialmente interior y estaba libre de todas las exterioridades, con la única excepción del pacto<br />

de matrimonio espiritual, y la misión evangélica que se le había confiado consistía en proclamar<br />

esa doctrina.<br />

A pesar de que Frey abjuró del anabaptismo, los teólogos del sínodo se las arreglaron para<br />

asociar su bigamia con el anabaptismo, y las estrafalarias doctrinas emanadas de allí con el<br />

espiritualismo, o sea, respectivamente, con Hofmann y con Schwenckfeld. Era una oportunidad<br />

excelente para apuntalar su acusación de que esos hombres que se las daban de puritanos, y cuya<br />

justificación original para separarse de la iglesia de la muchedumbre había sido ese puritanismo,<br />

no estaban exentos de graves fallas en su conducta.<br />

Mientras tanto, Schwenckfeld se había recuperado lo suficiente para hacer su segunda<br />

presentación ante el sínodo, la tarde del 13 de junio. Intercambió con Bucer varios puntos de<br />

vista acerca de los sacramentos, y justificó su opinión (basada en la epístola a los Romanos, 4:11<br />

ss.) de que,, antes de introducirse la circuncisión, Abraham y los demás santos de esa época<br />

vivieron por la fe y sin necesidad de ninguna clase de signos visibles, los cuales, en opinión de<br />

Schwenckfeld, no fueron sino una concesión provisional que Dios hizo a los judíos. Así, pues, en<br />

el lenguaje del cristianismo interior de Schwenckfeld, Abraham fue expresamente cristiano antes<br />

de ser judío (cf. infra, cap. xviu.5). Para su teoría de que hubo cristianos antes de que hubiera<br />

judíos, Schwenckfeld hubiera podido acudir a Eusebio (Historia eclesiástica. I, iv, 6), quien a su<br />

vez no había hecho más que elaborar un tema predilecto de los primeros apologistas del<br />

cristianismo (Tertuliano: anima naturaliter christiana, y Justino Mártir, I Apología, xlvi). El<br />

restauracionismo de Schwenckfeld, más radical que el de los anabaptistas, que de ordinario se<br />

contentaban con la restauración de la cristiandad apostólica, colmó para Bucer la medida de lo<br />

soportable. A decir verdad, Schwenckfeld estaba dispuesto a admitir que se siguiera practicando<br />

el principal de los ritos cristianos visibles, o sea el bautismo de los infantes, siempre y cuando no<br />

se dijera que ése era "el bautismo de Cristo", término que él quería que se reservara para el<br />

bautismo interior de fuego (iluminación) y para el bautismo del Espíritu. En el transcurso de la<br />

discusión, Schwenckfeld se asoció sin darse cuenta con Engelbrecht y los demás "epicúreos" al<br />

hablar sobre la iglesia y el estado. Está perfectamente bien -dijo- que los magistrados fomenten<br />

el culto divino, si así lo desean, pero está muy mal que los pastores mismos recurran a los<br />

magistrados para que los protejan personalmente contra las críticas o las persecuciones. Al llegar

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