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WILLIAMS, George H. (1979) La Reforma Radical, Harvard University, Massachusetts (1)

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muy buena medida el mismo resultado que los anabaptistas al destacar, según hemos visto antes,<br />

un principio activo que trascendía los límites de la Palabra escrita en las dos direcciones, la que<br />

va a Dios y la que va al hombre. En el caso de Müntzer, nuevo Macabeo, no había habido, por<br />

supuesto, ningún problema: el principio unitivo era el Espíritu de Dios, común a los dos<br />

Testamentos, que tomaba posesión del lector o del caudillo carismático, pues "la voluntad de<br />

Dios es el todo que está por encima de las partes". En el caso de Schwenckfeld, la unidad era<br />

obra del Cristo eterno que está detrás de sus diversas manifestaciones e infusiones. En el caso del<br />

espiritualizante Denck, el principio unitivo era la Palabra interna que, con el auxilio del Espíritu<br />

Santo, ordena y adecúa las palabras de la Escritura. Y en el caso de Castellion y de Socino, era la<br />

Sabiduría de Dios que impone su justicia desde lo alto en progresivas revelaciones que ayudan a<br />

la razón y a la justicia humana, pero que no les son contrarias.<br />

Hay un principio o práctica que fue común a todos los ramales de la <strong>Reforma</strong> <strong>Radical</strong> y<br />

que importa mucho tener en cuenta para comprender el espíritu del movimiento en su conjunto.<br />

Nos referimos al estudio realizado en grupo y a las discusiones que se desarrollaban con espíritu<br />

reverente. Ya hemos observado que los radicales, y especialmente los anabaptistas, tomaron muy<br />

en serio la instrucción de Jesús (en el evangelio de San Lucas, 12:1 1-12) y depositaron su<br />

confianza en el Espíritu Santo para que éste pusiera en su boca, en momentos de crisis, las<br />

palabras que había que decir ante los tribunales y ante los eclesiásticos inquisitoriales. Pero esta<br />

confianza no les impidió dedicarse intensamente al estudio de las Escrituras como preparación<br />

para el momento crucial. <strong>La</strong> seguridad de que el Espíritu Santo inspiraría sus deliberaciones<br />

exegéticas y de que el mismo Espíritu salvaría la distancia que mediaba entre ellos y sus adversarios<br />

protestantes es lo que explica la frecuencia de los coloquios bíblicos y de las disputas<br />

(Gespráche) a que tan asiduamente acudían los anabaptistas. Confiados en la unidad última de la<br />

iglesia auténtica de Cristo, los sectarios mantuvieron durante largo tiempo la esperanza de que<br />

los coloquios con los teólogos magisteriales acabarían por culminar algún día en una iluminación<br />

nueva, capaz de consumar la unidad de espíritus y corazones.1931 Muchos disputantes<br />

anabaptistas y muchos presos sometidos a interrogatorio judicial eran totalmente sinceros cuando<br />

se declaraban dispuestos a ser convencidos a base de la Escritura. Hubmaier, hombre de tan<br />

fuerte convicción acerca de la iglesia fuera de la cual no hay salvación, llegó al extremo de decir<br />

que con gusto se sometería al consenso inspirado de un concilio ecuménico. Los sínodos<br />

doctrinales presididos por el Espíritu (Hechos de los Apóstoles, cap. 2) o por Cristo (San Mateo,<br />

18:20), sancionados por Calvino, abundaron entre los radicales polacos y magiares, que se<br />

sentían los restauradores de una tradición conciliar pre-constantiniana.<br />

<strong>La</strong> anhelosa búsqueda de una concordia basada en la Biblia, con el deseo de encontrarla<br />

en la inspirada solidaridad de un grupo de hermanos que tratan de dar respuesta a unas mismas<br />

preguntas bajo la guía del Espíritu, tuvo su expresión más formal, no entre los anabaptistas, sino<br />

en figuras marginales como el binitario Juan de Campen (cap. x.S.g) y en Wolfgang Schultheiss<br />

(cap. x.4.a),' el "prelado epicúreo" a quien hace poco mencionábamos. Estos dos espiritualizantes<br />

apelaban a lo que ellos, y los radicales en general, tenían por la Regla de San Pablo, la lex sedentium<br />

(Sitzerrecht), basada en la primera epístola a los Corintios, 14:23 ss., con algún apoyo en la<br />

segunda de San Pedro, 1:19ss., o sea el derecho de todos cuantos están "sentados" en una<br />

congregación cristiana, seglares lo mismo que teólogos, a emitir opiniones sobre pasajes difíciles<br />

de la Escritura, y esto no de manera individualista o profesional, sino en grupo, colectivamente.<br />

El principio de la interpretación colectiva inspirada de la Biblia fue el presupuesto de la<br />

1931 Véase John H. Yoder, Die Gespráche zwischen Táufern una <strong>Reforma</strong>toren in der Schweiz in 1523-1538, Karlsruhe, 1962.

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