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WILLIAMS, George H. (1979) La Reforma Radical, Harvard University, Massachusetts (1)

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Pedro Walpot.16 Este .Handbüchlán hutterita se ocupa de todos los puntos en que había disputa<br />

con los representantes de la <strong>Reforma</strong> Magisterial, pero la parte más importante es la consagrada<br />

al problema del pecado original, que había sido ya motivo de división entre los anabaptistas en<br />

Worms y que lo fue también en la tercera de las asambleas de Estrasburgo, en 1557.<br />

<strong>La</strong> lectura de varios documentos de mediados del siglo nos hace ver claramente que para<br />

los dirigentes de la segunda generación, que tenían en sus conventículos una proporción cada vez<br />

más amplia de miembros por derecho de nacimiento, el problema del pecado original se<br />

presentaba ahora con una urgencia que rio había tenido en los albores del movimiento<br />

conventicular. <strong>La</strong> cuestión del pecado original y de la solidaridad del género humano estaba<br />

inextricablemente vinculada con problemas más especializados y prácticos, como separarse del<br />

resto del mundo, negarse a pagar impuestos de guerra y adoptar el comunismo apostólico (y no<br />

ya la simple limosna voluntaria).<br />

Así, pues, será conveniente hacer una breve pausa para considerar el concepto de pecado,<br />

y especialmente de pecado original, en un punto de nuestro relato que ha quedado muy lejos de<br />

nuestro tratamiento del bautismo, el rito ordenado por el Señor para borrar los pecados, que tan<br />

prominente lugar ocupó durante la primera generación del movimiento.<br />

En la primera fase de su controversia con Schwenckfeld, según se recordará, Marpeck<br />

había acabado por reconocer el pecado original en el sentido que daba Zwinglio a la<br />

palabraErbbrestén. Fue Marpeck, desde este punto de vista, casi el único de los teólogos<br />

anabaptistas que atendió sistemáticamente a una doctrina básica de los reformadores<br />

magisteriales y de toda la Iglesia occidental, depositaría de la tradición paulino-augustiniana.17<br />

Hemos observado, sin embargo, que bajo una rúbrica diferente, a saber, el "evangelio de todas<br />

las creaturas" (cap. xi. <strong>La</strong>), algo de la misma percepción de un mundo caído y condenado al<br />

sufrimiento era compartido por todos los anabaptistas dentro de la tradición de Denck y de Hut, a<br />

la cual, desde luego, pertenecía el propio Marpeck. Pero incluso este destino de sufrimiento era<br />

considerado de una manera positiva. Era, dentro del espíritu de Gelassenheit, algo que se<br />

aceptaba como la primera etapa del camino de la redención. Por otra parte, a pesar de la<br />

solidaridad del género humano en la caída de Adán -proclamada no sólo en el Génesis, sino<br />

también el libro IV de Esdras, capítulos 3 y 7 (muy citados por los anabaptistas), y en la primera<br />

epístola a los Corintios, capítulo 15-, existía el impulso innato contrarrestante (Gegenerb) que<br />

irresistiblemente llevaba a la humanidad, en pleno uso del libre albedrío, a aceptar el evangelio<br />

de reconciliación en Cristo. Así, los anabaptistas, cuando se ponían a considerar seriamente el<br />

problema del pecado original, tenían la posibilidad de repartirlo, por así decir, en partes<br />

manejables. En primer lugar, casi todas las declaraciones responsables que encontramos entre los<br />

dirigentes dan muestras de la muy difundida convicción de que Cristo borró el pecado de Adán o<br />

la mancha original en todos los hombres del mundo, de manera que los niños pequeños no tenían<br />

necesidad de ser bautizados para alcanzar la salvación. Los anabaptistas evangélicos admitían de<br />

buena gana la persistencia del nil después de la regeneración (en contraste con los libertinos de<br />

los Países Bajos y con algunos otros espiritualistas).<br />

<strong>La</strong> respuesta de los hutteritas a Melanchthon contenida en el Hand-büchlein se ocupa de<br />

esos impulsos post-bautismales, y lo hace con precisión y claridad verdaderamente notables.<br />

Fundado hasta cierto punto en la antropología tripartita de Hubmaier, según la cual en el pecado<br />

original habían intervenido elanima y elcorpus de Adán, pero no suspiritus, Pedro Walpot<br />

distinguía, por encima de la culpa original de Adán, la inclinación pecaminosa que por sí sola no<br />

condena ni lleva a la muerte eterna, puesto que el creyente que no cede a ella permanece en<br />

Cristo (Romanos, 8:1; I Juan, 3:9). El creyente puede obligar a la carne a obedecer al espíritu,

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