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WILLIAMS, George H. (1979) La Reforma Radical, Harvard University, Massachusetts (1)

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de vista constitucional, los cismáticos flamencos y los miembros de las congregaciones de<br />

Waterland se hallaban muy de acuerdo.<br />

Esta vigorosa afirmación de congregacionalismo (o sea de independencia) por parte de<br />

dos importantes ramales del anabaptismo neerlandés sobrevino en los momentos mismos en que<br />

el calvinismo, con su capacidad de fuerte articulación y trabada cohesión sinodales, estaba<br />

surgiendo como la nueva fe combativa en la gran rebelión nacional contra el yugo de España.<br />

EL SURGIMIENTO DE LOS CALVINISTAS Y EL LOGRO DE LA TOLERANCIA<br />

PARA LOS MENNONITAS, 1 566-1578<br />

Mientras los mennonitas de los Países Bajos eran presa de las luchas intestinas y de los<br />

cismas que acabamos de ver, otro grupo reformador, que apenas recientemente había entrado en<br />

la escena, comenzaba a perfeccionar su organización y a acrecentar su vigor y su influencia en<br />

estas provincias. En 1566 quedó constituida la Iglesia <strong>Reforma</strong>da de los Países Bajos en el<br />

sínodo de Amberes, donde se adoptó una confesión de fe calvinista, la llamada Confessio<br />

Bélgica. Como muestra del espíritu militante del movimiento reformista baste mencionar la<br />

audacia del valón Guido de Brés, autor de la Confessio, que se la mandó a Felipe II junto con la<br />

petición de que, sabedor de lo que él y los demás creían, o multiplicara sus torturas y sus hogueras,<br />

o se convirtiera en el apoyo y refugio de sus leales subditos. Guido de Brés pagó su gesto<br />

con la vida, en 1567.<br />

Antes de tener en sus manos este valeroso desafío, ya Felipe II (1555-1598) había<br />

recibido muchas noticias sobre la terquedad y la voluntad de independencia de sus súbditos<br />

neerlandeses. Su padre, el emperador Carlos V, había tratado de crear en los Países Bajos una<br />

Inquisición eficaz, calcada sobre el modelo de la de España; pero sus intentos habían quedado<br />

constantemente frustrados a causa de la indiferencia o de la franca oposición de los magistrados<br />

neerlandeses. El 25 de octubre de 1555, contando apenas cincuenta y cinco años de edad, el<br />

poderoso emperador se confesó derrotado y entregó las riendas de sus dominios españoles y<br />

borgoñones a su hijo Felipe, para retirarse, el año siguiente, al monasterio extremeño de Yuste.<br />

A diferencia de su padre, nacido en Brabante, Felipe era un español hecho y derecho, que<br />

no hablaba ni flamenco ni francés, y que nunca entendió ni quiso entender el genio de sus<br />

subditos neerlandeses. Fue aún menos capaz que su padre de apreciar la mentalidad particular y<br />

la extraordinaria industria de los Países Bajos, que le habían suministrado a Carlos dos quintas<br />

partes de su renta anual de cinco millones de ducados de oro. Fue un hombre celoso de la fe<br />

católica, e igualmente celoso de su poder absoluto, al grado de sacrificar a su doble celo todos<br />

los ingresos que procedían de estos territorios.<br />

<strong>La</strong> primera medida eclesiástica de Felipe en los Países Bajos fue el esfuerzo que hizo por<br />

poner en práctica el edicto que creaba la Inquisición, promulgado en 1550 por Carlos V. Para<br />

este fin, después de conseguir de Paulo IV en 1559 la correspondiente bula, llevó a cabo una<br />

reorganización episcopal de las provincias. En lugar de los cuatro antiguos obispados de Arras,<br />

Cambrai, Tournai y Utrecht (los tres primeros bajo la autoridad del arzobispado de Reims, el<br />

último bajo la del de Colonia), quedaron establecidos ahora tres arzobispados, a saber: Mecblin<br />

con seis diócesis, Cambrai con cuatro y Utrecht con cinco. Esta medida fue odiosa para los<br />

evangélicos de todos los grupos, pues significaba un fortalecimiento del sistema administrativo<br />

católico-romano, repugnante para muchas de las ciudades porque representaba una violación de<br />

sus antiguos fueros y una intromisión de prelados extranjeros, y verdaderamente desastrosa para<br />

los grandes monasterios, cuyas pingües rentas tenían que ser confiscadas para sostener las nuevas

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