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WILLIAMS, George H. (1979) La Reforma Radical, Harvard University, Massachusetts (1)

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espíritu incorpóreo, capaz de impregnar diversas iglesias y congregaciones en Holanda,<br />

Alemania e Inglaterra durante la segunda mitad del siglo xvii y durante el xviii.<br />

Así, pues, la <strong>Reforma</strong> <strong>Radical</strong>, con sus tres divisiones principales, fue comparable con la<br />

<strong>Reforma</strong> Magisterial, pues da la casualidad que ésta fue asimismo tripartita: luterana, reformada<br />

(calvinista) e isabelina. Hasta aquí liemos pasado en revista las importantes diferencias que hubo<br />

entre el anabaptismo, el espiritualismo y el racionalismo evangélico, así como las graduales<br />

afinidades que llevaron del uno al otro. En el curso de nuestra exposición hemos hecho un<br />

esfuerzo especial por interrelacionar las tres direcciones del movimiento y las vidas de sus<br />

capitanes y por conectar estas vidas y estas tendencias con las de los caudillos y las iglesias<br />

protestantes. Ahora, en este capítulo final, lo que queremos es subrayar la íntima coherencia de la<br />

<strong>Reforma</strong> <strong>Radical</strong> tripartita, y sugerir, que fue al menos una entidad tan bien recortada como el<br />

propio protestantismo, también tripartitamente dividido, es decir, un movimiento que con toda<br />

justicia puede ponerse al lado de la <strong>Reforma</strong> Magisterial, la Contrarreforma, el humanismo<br />

renacentista y el nacionalismo como una de las cinco fuerzas capitales de la gran era de<br />

descubrimiento, reforma y revolución.<br />

Los radicales, por principio de cuentas, no estuvieron empeñados en una reforma de la<br />

iglesia, sino en la restitución de la iglesia. El movimiento radical, cuya evolución hemos estado<br />

siguiendo en sus diversas formas y en las distintas regiones por él alcanzadas, ha sido llamado<br />

<strong>Reforma</strong> <strong>Radical</strong>, según hemos dicho, fundamentalmente para reivindicar su sitio entre los<br />

grandes movimientos de la era de la <strong>Reforma</strong>. En realidad, la diferencia que hubo entre ella y la<br />

<strong>Reforma</strong> Magisterial y la Contrarreforma fue su actitud de inconformidad con una mera reforma.<br />

Los radicales fueron partidarios, más bien, de una ruptura tajante con el pasado inmediato y con<br />

todas sus instituciones, y estuvieron a favor de la restauración de la iglesia de los primeros<br />

tiempos, o bien de la fundación de una iglesia totalmente nueva, movidos a ello por un ardor<br />

escatológico mucho más intenso que el que pudiera encontrarse en todo el protestantismo<br />

normativo o en todo el catolicismo.<br />

Esta actitud de intensa expectación, que imprimió su sello en la casi totalidad de la<br />

<strong>Reforma</strong> <strong>Radical</strong> y la separó de los católicos y de los protestantes, fue resultado de un cambio de<br />

visión histórica. Muchos de los radicales abandonaron la idea tradicional de qne la iglesia estaba<br />

viviendo en la sexta edad del mundo. Desde los tiempos de San Agustín, esta sexta edad se había<br />

identificado con el milenio de que habla el capítulo 20 del Apocalipsis, durante el cual las<br />

potencias de Satanás estaban siendo tenidas parcialmente a raya por los magistrados cristianos.<br />

<strong>La</strong> sustitución de la idea tradicional por varias escatologías terriblemente mal armonizadas y en<br />

competencia unas con otras levantó las esperanzas de los radicales, en algunas fases y en algunas<br />

localidades, a niveles verdaderamente calenturientos.<br />

Será oportuno recordar aquí esas diversas escatologías para verlas en una ordenación sistemática.<br />

El esquema trinitario de Joaquín de Flora (t 1202) dejó en el pensamiento religioso<br />

europeo una huella extraordinaria. Partiendo del principio hermenéutico de la concordancia o de<br />

la tipología (que presuponía la unidad del pueblo cíe Dios a lo largo de los tiempos) y no de la<br />

mera alegoría, Joaquín de Flora reelaboró y modificó la división que había hecho San Pablo de la<br />

historia del mundo en tres edades, la edad ante legem, la edad sub lege y la edad sub gratia, y<br />

habló de tres leyes tipológicamente relacionadas y con fronteras no rígidas entra la una y la otra:<br />

la ley del Padre, la ley del Hijo y la ley del Espíritu Santo. Basados en cálculos que pretendían<br />

armoni/ar las profecías de Daniel y las del Apocalipsis, los discípulos de Joaquín de Flora<br />

asignaron a cada una de esas épocas una duración total de aproximadamente 1260 años.

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