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James Joyce

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106<br />

Bajo el patronazgo del que fuera Padre Mathew. Primera piedra por Pamell.<br />

Colapso. El corazón.<br />

Caballos blancos con penachos blancos doblaron la esquina de la Rotunda, al<br />

galope. Un ataúd pequeñito resplandeció al pasar. Corren a enterrar. Una carroza<br />

fúnebre. No casado. Negro para los casados. Pío para solteros. Pardo para monjas.<br />

-Triste, dijo Martin Cunningham. Un niño.<br />

Una cara de enano, malva y arrugada como la del pequeño Rudy. Cuerpo de<br />

enano, flojo como masilla, en una caja de madera forrada de blanco. Entierro lo<br />

paga la Friendly Society. Un penique a la semana por un terrón de césped. Nuestro.<br />

Pequeño. Desdichado. Recién nacido. No significó nada. Error de la naturaleza. Si<br />

sale sano es por la madre. Si no por el hombre. Mejor suerte la próxima vez.<br />

-Pobrecito, dijo Mr. Dedalus. A salvo de todo esto.<br />

El coche trepó más lentamente por la cuesta de Rutland Square. Traquetean los<br />

huesos. Por las piedras. Sólo un pordiosero. Nadie lo reclama.<br />

-A mitad de la vida, dijo Martin Cunningham.<br />

-Pero aún es peor, dijo Mr. Power, cuando alguien se quita la vida.<br />

Martin Cunningham sacó el reloj enérgicamente, tosió y lo devolvió a su sitio.<br />

-La mayor deshonra para una familia, añadió Mr. Power.<br />

-Insania temporal, claro está, dijo Martin Cunningham con decisión. Debemos<br />

tener una actitud caritativa.<br />

-Dicen que el hombre que lo hace es un cobarde, dijo Mr. Dedalus.<br />

-No somos nadie para juzgar, dijo Martin Cunningham. Mr. Bloom, a punto de<br />

hablar, cerró los labios de nuevo. Los grandes ojos de Martin Cunningham.<br />

Apartando la mirada ahora. Qué hombre más humano y comprensivo. Inteligente.<br />

Como la cara de Shakespeare. Siempre tiene algo bueno que decir. No tienen<br />

misericordia con eso aquí ni con el infanticidio. Les niegan enterramiento cristiano.<br />

Le solían atravesar el corazón con una estaca de madera en la sepultura. Como si no<br />

lo tuviera roto ya. Sin embargo a veces se arrepienten demasiado tarde. Hallado en<br />

el lecho del río agarrándose a los juncos. Me miró. Y aquella horrorosa borracha de<br />

su mujer. Poniéndole casa una y otra vez y luego empeñándole ella los muebles<br />

todos los sábados casi. Haciéndole la vida imposible. Le rompería el corazón a una

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