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James Joyce

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pendona de la calle. Había una pensión de mala muerte en Marlborough Street, de<br />

Mrs. Maloney, pero no era más que un sitio de a perra gorda y lleno de indeseables<br />

pero M'Conachie le había dicho que se conseguía algo bastante decente en la Brazen<br />

Head allí en Winetavem Street (lo que era lejanamente evocador para la persona<br />

interpelada del fraile Bacon) por un chelín. Estaba muerto de hambre también pero<br />

no había dicho ni una sola palabra al respecto.<br />

Aunque este tipo de cosas ocurría una noche sí y otra no o algo parecido aun así<br />

Stephen se dejó llevar por sus sentimientos en cierto sentido aunque sabía que la<br />

recientísima sarta de miserias de Corley, al igual que las otras, apenas si merecía la<br />

menor credibilidad. Sin embargo haud ignarus malorum miseris succurrere disco<br />

etcetera como hace notar el poeta latino, sobre todo que como se diera la fatal<br />

casualidad de que le habían pagado los emolumentos como cada mediados de mes<br />

el dieciséis que era el día de la fecha por cierto aunque una buena tajada de la pasta<br />

estaba quemada. Pero lo gracioso del caso era que no había quien le quitara de la ca-<br />

beza a Corley que el otro nadaba en la abundancia y que no tenía otra cosa que<br />

hacer que repartir la talega. Visto lo cual. Metió la mano en un bolsillo de todas<br />

formas no con la idea de encontrar nada de comida sino pensando que podría pres-<br />

tarle algo hasta un chelín o así en su defecto para que se las pudiera procurar de una<br />

forma u otra y conseguir suficiente para comer pero el resultado fue negativo pues,<br />

para su gran disgusto, se encontró con que le faltaba el dinero. Unas cuantas galletas<br />

desechas fueron todo lo que resultó de sus pesquisas. Intentó con todo el empeño<br />

recordar de inmediato si lo había perdido como muy bien pudiera haber sido o se lo<br />

había dejado porque en esa contingencia no era un agradable panorama, muy al<br />

contrario en realidad. Estaba de todas todas muy fatigado como para iniciar una<br />

búsqueda exhaustiva aunque intentó recordar. Sobre las galletas se acordaba<br />

vagamente. Quién pues exactamente se las pudo haber dado se preguntaba o dónde<br />

fue o las había comprado. Sin embargo en otro bolsillo se encontró con lo que se<br />

figuró en la oscuridad que eran peniques, erróneamente sin embargo, como se<br />

comprobó.<br />

-Esas son medias-coronas, hombre, le corrigió Corley. Y así de hecho resultaron ser.<br />

Stephen de todas formas le prestó una de ellas.

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