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James Joyce

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Siendo el mejor plan claramente largarse, y el resto pan comido, hizo una señal,<br />

mientras prudentemente se embolsaba la foto, al dueño de la caseta que no parecía<br />

que.<br />

-Sí, será lo mejor, le aseguró a Stephen a quien en realidad el Brazen Head o él o<br />

cualquier otro sitio le daba todo más o menos.<br />

Toda clase de proyectos utópicos se le vinieron a su abrumada cabeza (la de B.), la<br />

educación (la de verdad), la literatura, el periodismo, los cuentos premiados, la<br />

publicidad más al día, giras de conciertos por balnearios ingleses atiborrados de<br />

baños termales y de teatros al lado del mar, localidades agotadas, dúos en italiano<br />

con acento perfecto y cantidad de otras cosas, sin necesidad, claro está, de<br />

pregonarlo a voz en grito al mundo ni a su mujer, y una racha de buena suerte. Una<br />

oportunidad era todo lo que hacía falta. Porque más que sospechar sabía que tenía la<br />

voz de su padre en que depositar sus esperanzas lo que se daba por descontado que<br />

era así de modo que daba lo mismo, y poco se perdía, llevar la conversación por esa<br />

dirección con ese pretexto nada más que.<br />

El carrero leyó en alto del periódico al que había echado mano que el anterior<br />

virrey, el conde Cadogan, había presidido la cena de la asociación de cocheros en<br />

algún lugar de Londres. El silencio y uno o dos bostezos acompañaron tan<br />

sensacional anuncio. Entonces el individuo viejo del rincón que parecía quedarle<br />

una chispa de vitalidad leyó en alto que Sir Anthony MacDonnell se había ido de<br />

Euston para ocupar la residencia del primer secretario o palabras de ese tenor. A<br />

cuya absorbente información el eco contestó por qué.<br />

-Déjame echarle un vistazo a esa información, abuelo, terció el viejo marinero,<br />

manifestando cierta impaciencia natural.<br />

-Toda suya, contestó la parte anciana así interpelada.<br />

El marinero sacó de un estuche que tenía un par de anteojos verdosos que muy<br />

lentamente se enganchó sobre la nariz y ambas orejas.<br />

-¿Tiene mal la vista? indagó el afable personaje que se parecía al secretario del<br />

ayuntamiento.<br />

-Bueno, contestó el navegante de barba de tartán, que al parecer tenía algo de tipejo<br />

literario a su humilde manera, mirando fijamente a través de portillas verdemar

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