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James Joyce

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29<br />

Guardaron los libros, los lápices zurriando, las páginas crujiendo. Apelotonándose<br />

unos con otros, cincharon las correas y abrocharon las hebillas de las carteras,<br />

chachareando todos alegremente:<br />

-¿Un acertijo, señor? Pregúnteme a mí, señor.<br />

-A mí, señor.<br />

-Uno dificil, señor.<br />

-Ahí va el acertijo, dijo Stephen:<br />

¿Qué es?<br />

-¿Qué, señor?<br />

El gallo ha cantado,<br />

el cielo cobalto:<br />

campanas en las alturas<br />

dan las diezy una.<br />

Hora es que esta pobre alma<br />

ascienda a las alturas.<br />

-Otra vez, señor. No lo hemos oído.<br />

Los ojos se les agrandaban según los versos se repetían. Después de un silencio<br />

dijo Cochrane:<br />

-¿Qué es, señor? Nos damos por vencidos.<br />

Stephen, picándole la garganta, contestó:<br />

-El zorro enterrando a su abuela bajo un acebo.<br />

Se levantó y soltó una carcajada nerviosa a la cual le hicieron eco las voces<br />

descorazonadas de los niños.<br />

Un palo pegó en la puerta y en el corredor una voz llamaba:<br />

-¡Hockey!<br />

Se produjo una desbandada, ladeándose para salir de entre las bancas, saltándolas.<br />

Apresuradamente desaparecieron y del trastero llegó el traqueteo de los palos y el<br />

ruido confuso de botas y voces.

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