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James Joyce

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739<br />

-¿De veras? preguntó Mr. Bloom. Claro, apuntilló pensativamente, al reflexionar<br />

para sí que había más lenguas para empezar que las que eran absolutamente<br />

necesarias, puede que sea sólo el hechizo sureño que la rodea.<br />

El dueño del albergue en mitad de este tëte-à-tête puso una taza hasta los bordes<br />

ardiendo de una mezcla selecta etiquetada café sobre la mesa y una especie de bollo<br />

más bien antidiluviano, o eso parecía. Tras lo cual se batió en retirada a su<br />

mostrador, decidiendo Mr. Bloom echarle una buena mirada sin rodeos más tarde y<br />

que no pareciera que. Razón por la cual animó a Stephen con los ojos a que<br />

empezara mientras que él hacía los honores empujando subrepticiamente la taza de<br />

lo que temporalmente se suponía era café gradualmente más cerca de él.<br />

-Los sonidos son imposturas, dijo Stephen luego de una pausa de un corto tiempo,<br />

como los nombres. Cicerón, Podmore. Napoleón, Mr. Goodbody. Jesús, Mr. Doyle.<br />

Los Shakespeares eran tan corrientes como los Murphies. ¿Qué hay en un nombre?<br />

-Sí, con toda seguridad, coincidió Mr. Bloom indiferentemente. Claro. Mi nombre<br />

fue cambiado también, añadió, empujando el supuesto panecillo al otro lado de la<br />

mesa.<br />

El marinero rojobarbado que no le quitaba ojo a los recién llegados abordó a<br />

Stephen, a quien había distinguido con su atención en especial, sin rodeos con la<br />

pregunta:<br />

-¿Y cómo dijo que se llama usted?<br />

Justo a tiempo Mr. Bloom le dio en la bota a su compañero pero Stephen, al parecer<br />

haciendo caso omiso de la cálida presión proveniente de un sector inesperado,<br />

contestó:<br />

-Dedalus.<br />

El marinero clavó en él pesadamente un par de soñolientos ojos con bolsas, algo<br />

abotargados del uso excesivo del trinquis, preferentemente de una buena Hollands<br />

con agua.<br />

-¿Conoce a Simon Dedalus? preguntó finalmente.<br />

-Algo, de oídas, dijo Stephen.<br />

Mr. Bloom se quedó hecho un mar de dudas por un momento, viendo que los demás<br />

evidentemente ponían el oído también.

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