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James Joyce

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de bebé. Cissy Caffrey se inclinó sobre él para acariciar su carita regordeta y el<br />

precioso hoyuelo de la barbilla.<br />

-Vamos, nenito, dijo Cissy Caffrey. Di fuerte, agua. Quiero agua.<br />

Y el niño chapurreó con ella:<br />

-Ga ga guaba.<br />

Cissy Caffrey abrazó al pequeñín porque a ella le gustaban muchísimo los niños<br />

tan paciente con los malitos y Tommy Caffrey no había modo de que se tomara el<br />

aceite de ricino si no era Cissy Caffrey la que le tapara la nariz y le prometie ra el<br />

piquito de la barra o pan moreno con arrope rubio por encima. ¡Qué capacidad de<br />

persuasión tenía aquella muchacha! Pero la verdad es que el bebé Boardman era un<br />

cielo, un majete con su nuevo babero emperejilado. Nada de esas guapas creídas, a<br />

lo Flora MacFlimsy, era Cissy Caffrey. Una mocita con tanto corazón no se ha visto<br />

nunca, siempre con una sonrisa en sus ojos agitanados y una palabra ocurrente en<br />

sus labios rojos de cereza, una criatura encantadora en sumo grado. Y Edy<br />

Boardman se rió también con la media lengua de su hermanito.<br />

Pero en ese preciso momento hubo un pequeño altercado entre el señorito Tommy<br />

y el señorito Jacky. Los niños siempre serán niños y nuestros dos mellizos no eran<br />

la excepción a esa regla de oro. La manzana de la discordia consistía esta vez en un<br />

castillo de arena que el señorito Jacky había levantado y al que el señorito Tommy<br />

se emperraba había que hacerle mejoras arquitectónicas con una puerta de entrada<br />

como la torre Martello. Pero si el señorito Tommy era testarudo el señorito Jacky<br />

era terco también y, siguiendo la máxima de que la casa de todo irlandesito es su<br />

castillo, se echó sobre su odiado rival pero de tal guisa que el supuesto asaltante<br />

salió trasquilado y (¡pena da contarlo!) el codiciado castillo también. Ni que decir<br />

tiene que los gritos del aturdido señorito Tommy atrajeron la atención de las amigas.<br />

-Ven aquí, Tommy, le llamó su hermana perentoriamente. ¡Ahora mismo! Y tú,<br />

Jacky, vergüenza tenía que darte tirar al pobre Tommy en la arena sucia. Espérate<br />

que te coja.<br />

Con los ojos empañados de lágrimas no derramadas, el señorito Tommy acudió a<br />

la llamada porque las palabras de su hermana grande eran la ley para los mellizos. Y<br />

en penoso estado quedó también después de su tropiezo. El blusoncito de marino y

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