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James Joyce

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418<br />

arriba que se perdió de vista un momento y ella temblaba de arriba a abajo de tanto<br />

doblarse para atrás de modo que pudiera ver bien arriba de la rodilla donde nadie<br />

jamás ni en el columpio ni cuando se mojaba las piernas en la playa y no se<br />

avergonzaba ni él tampoco de mirar de esa manera indecorosa ya ves porque él no<br />

podía resistir la visión de la revelación maravillosa a medias ofrendada como esas<br />

bailarinas de falda corta que se conducían tan indecorosamente delante de ca-<br />

balleros que miraban y él seguía mirando, mirando. A ella le hubiera gustado<br />

gritarle sofocadamente, tenderle sus finos brazos de nieve que viniera, para sentir<br />

posar sus labios en su blanca frente, el grito de amor de una mujer joven, un grito<br />

casi estrangulado, que le estalló, ese grito que ha resonado a través de los siglos. Y<br />

entonces un cohete subió y explotó pum fogonazo cegador y ¡Oh! luego la carcasa<br />

reventó y fue como un suspiro de ¡Oh! y todo el mundo exclamó ¡Oh! ¡Oh! en<br />

éxtasis y derramó un chorro de finas hebras de lluvia de oro y se deshicieron y ¡ah!<br />

eran estrellas todas de un verdor de rocío que caían junto con doradas ¡Oh tan<br />

preciosas, Oh, suaves, dulces, suaves!<br />

Después todo se derritió en rocío de aire gris: todo se quedó silencioso. ¡Ah! Ella<br />

le miró al inclinarse para delante brevemente, una mirada rápida patética de queja<br />

amarga, de tímido reproche bajo la que él enrojeció como una muchacha. Él estaba<br />

apoyado para atrás contra la roca. Leopold Bloom (porque no es otro) permanece en<br />

silencio, con la cabeza doblada ante esos jóvenes ojos cándidos. ¡Qué bruto había<br />

sido! ¿Otra vez has caído? Un alma limpia, impoluta le había requerido y,<br />

desgraciado de él, ¿cómo había respondido a la llamada? ¡Como un auténtico<br />

sinvergüenza se había comportado! ¡Precisamente él! Pero había almacenada en<br />

aquellos ojos una compasión sin límites, también para él una palabra de perdón aun<br />

cuando había faltado y pecado y errado. ¿Debería una chica contarlo? No, y mil<br />

veces no. Era su secreto, de ellos sólo, solos en el crepúsculo encubridor y na die<br />

había que lo supiera o lo dijera salvo el pequeño murciélago que volaba tan suave<br />

por el atardecer de un lado para otro y los pequeños murciélagos no hablan.<br />

Cissy Caffrey silbó, imitando a los chicos en el campo de fútbol para demostrar<br />

todo lo mujer que era: y luego exclamó:<br />

-¡Gerty! ¡Gerty! Nos vamos. Venga. Se puede ver desde un poco más arriba.

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