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James Joyce

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782<br />

como bien se las podría describir, yo uso quevedos para leer. La arena del Mar Rojo<br />

se encargó de eso. En tiempos yo podía leer un libro en la oscuridad, como quien<br />

dice. Pasatiempos de las mil y una noches era mi favorito y Roja como las rosas era<br />

ella.<br />

En esto que abrió con sus zarpas el diario y examinó detenidamente a saber qué,<br />

encontrado ahogado o las hazañas del rey del críquet, Iremonger que había marcado<br />

ciento algo el segundo bateador no eliminado para Nottingham, tiempo durante el<br />

cual (completamente despreocupado de Ire) el dueño estuvo intensamente ocupado<br />

soltándose una bota aparentemente nueva o de segunda mano que manifiestamente<br />

le apretaba mientras que mascullaba contra quien fuera que se la había vendido,<br />

todos aquellos que estaban lo suficientemente despiertos como para ser clasificados<br />

por sus expresiones faciales, como si dijéramos, o bien observaban sencillamente en<br />

actitud tacituma o hacían algún comentario trivial.<br />

Para decirlo en pocas palabras Bloom, aprovechándose de la situación, fue el<br />

primero en levantarse de su asiento para no quedarse más tiempo del conveniente<br />

habiendo antes que nada, y cumpliendo con su palabra de que apoquinaría en esta<br />

ocasión, tomado la sabia precaución de indicar discretamente a nuestro anfitrión<br />

como último comentario con una señal apenas perceptible cuando los demás no<br />

estaban mirando en cuanto que la cantidad que se debía venía de ca mino,<br />

ascendiendo a un total de cuatro peniques (cantidad que depositó discretamente en<br />

forma de cuatro monedas de cobre, literalmente el último de los mohicanos),<br />

habiendo él previamente avistado en la lista de precios impresa para cualquiera que<br />

se tomara la molestia de leerla en frente de él en números inconfundibles, café 2<br />

peniques, pasteles igual, y francamente el doble de lo que valían sin que sirva de<br />

precedente, como Wetherup solía decir.<br />

-Vamos, aconsejó para terminar la séance.<br />

Viendo que funcionaba la artimaña y que el campo estaba despejado abandonaron el<br />

albergue o caseta juntos y la elite comparsa del hule y compañía a quienes sólo un<br />

terremoto arrancaría de su dolcefarniente. Stephen, que confesó que aún se sentía<br />

mal y fatigado, se paró en la, por un momento, la puerta.

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