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James Joyce

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Bloom a la vista de la hora que era y no habiendo ningún surtidor público de agua<br />

del Vartry disponible para sus abluciones, y mucho menos para beber, se le ocurrió<br />

sugerir, sin más, lo apropiado que sería el albergue del cochero, como era cono cido,<br />

apenas a dos pasos del puente Butt donde pudieran conseguir algo de beber en<br />

forma de combinado de leche con soda o de agua mineral. Pero cómo llegar allí era<br />

el quid. Por lo pronto estaba más bien perplejo pero en vista de que su obligación<br />

claramente le conminaba a tomar medidas sobre el asunto estuvo ponderando las<br />

formas y medios adecuados y en el entretanto Stephen repetidamente bostezaba.<br />

Hasta donde podía ver tenía la cara más bien pálida por lo que se le ocurrió como lo<br />

más recomendable conseguir algún tipo de transporte que les diera una solución a su<br />

estado actual, ya que estaban ambos hechos polvo, particularmente Stephen,<br />

suponiendo siempre que tal cosa pudiera encontrarse. Consiguientemente tras unos<br />

cuantos preliminares tales como el cepillado, a pesar de haberse olvidado de recoger<br />

el pañuelo más bien jabonoso tras haber prestado grandes servicios en la tarea de las<br />

cepilladuras, se dirigieron juntos a lo largo de la calle Beaver, o, para ser exactos,<br />

del callejón hasta donde el herrador y la claramente fétida atmósfera de las<br />

caballerizas en la esquina de Montgomery Street donde prosiguieron su camino por<br />

la izquierda yendo a desembocar desde allí a Amiens Street junto a la esquina del<br />

comercio de Dan Bergin. Pero como con toda seguridad había pronosticado no<br />

había a la vista ni rastro de automedonte que se ofreciera en alquiler excepto un<br />

cuatro-ruedas, probablemente ocupado por algunos tipos de jarana, delante del hotel<br />

North Star y que no hizo la más mínima señal de que fuera a moverse ni un<br />

milímetro cuando Mr. Bloom, que era de todo menos silbador de oficio, procuró<br />

llamarlo emitiendo una especie de silbido, arqueando los brazos por encima de la<br />

cabeza, dos veces.<br />

Se trataba de una situación apurada pero, echando mano del sentido común,<br />

evidentemente no había otra cosa que hacer sino poner al mal tiempo buena cara e<br />

irse a pata lo que consiguientemente hicieron. Así que, tirando por la esquina del<br />

comercio de Mullett y de Casa Signal, adonde llegaron en seguida, siguieron<br />

necesariamente en dirección a la terminal de ferrocarril de Amiens Street, ha-<br />

llándose Mr. Bloom en desventaja por la circunstancia de que uno de los botones de

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