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James Joyce

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253<br />

En el puente de Newcomen el Padre Conmee se subió a un tranvía con destino a<br />

las afueras porque le desagradaba recorrer a pie el camino cutre que cruzaba Mud<br />

Island.<br />

El Padre Conmee se sentó en una esquina del tranvía, el billete azul remetido<br />

cuidadosamente en el ojal de un orondo guante de cabritilla, mientras que cuatro<br />

chelines, una moneda de seis-peniques y cinco peniques se deslizaron de la palma<br />

del otro orondo guante al monedero. Al pasar por la iglesia de hiedra reflexionó en<br />

que el revisor solía hacer su visita justo cuando descuidadamente habías tirado el<br />

billete. La solemnidad de los ocupantes del coche le pareció al Padre Conmee<br />

excesiva para un trayecto tan corto y barato. Al Padre Conmee le gustaba el decoro<br />

campechano.<br />

El día era agradable. El caballero de las gafas enfrente del Padre Conmee había<br />

terminado una explicación y bajó la mirada. Su mujer, supuso el Padre Conmee.<br />

Un bostezo minúsculo abrió la boca de la mujer del caballero de las gafas. Se<br />

llevó un puño menudo enguantado a la boca, bostezó con exquisita discreción,<br />

tabaleando con el puño menudo enguantado en la boca que se le abría y sonrió<br />

minúsculamente, dulcemente.<br />

El Padre Conmee percibió su perfume en el coche. Percibió también que el<br />

hombre premioso al otro lado de ella iba sentado en el borde del asiento.<br />

El Padre Conmee en el comulgatorio colocó la hostia con dificultad en la boca del<br />

viejo premioso de la cabeza temblona.<br />

En el puente de Annesley se detuvo el tranvía y, cuando estaba a punto de iniciar<br />

la marcha, una vieja se levantó repentinamente de su sitio para apearse. El cobrador<br />

tiró de la correa del timbre para detenerle el coche. Fue saliendo con un cesto y una<br />

bolsa de la compra: y el Padre Conmee vio al cobrador ayudarla a bajar a ella a su<br />

bolsa y a su cesto: y el Padre Conmee pensó que, como casi se había pasado del tra-<br />

yecto de a penique, debía de ser una de esas pobres almas a las que siempre había<br />

que repetirles vaya en paz, h& mía, que ya han sido absueltas, rece por mí. Pero<br />

tenían tantas preocupaciones en la vida, tantos desvelos, pobres criaturas.<br />

Desde las vallas publicitarias Mr. Eugene Stratton hacía una mueca con gordos<br />

labios perrengues al Padre Conmee.

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