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James Joyce

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-Curiosa coincidencia, le confió Mr. Bloom a Stephen discretamente.<br />

-Murphy me llamo, continuó el marinero. D. B. Murphy de Carrigaloe. ¿Saben<br />

dónde queda?<br />

-El puerto de Queenstown, replicó Stephen.<br />

-Eso es, dijo el marinero. Fort Candem y Fort Carlisle. De allí vengo yo. Soy de allí.<br />

De allí vengo yo. Por allá anda mi mujercita. Me espera, lo sé. Por Inglaterra, el<br />

hogary la belleza. Mi legítima esposa que hace siete años que no la veo, navegando<br />

de un lugar para otro.<br />

Mr. Bloom podía fácilmente figurarse su advenimiento a esa escena, el regreso al<br />

hogar del hombre de mar a su choza a la vera del camino tras hacerle el corte de<br />

mangas a la reina de los mares, una noche lluviosa sin luna. Cruzando el mundo tras<br />

el rastro de una esposa. Más de una historia había sobre ese particular, el tema de<br />

Alice Ben Bolt, Enoch Arden y Rip van Winkle y se acuerda alguien por aquí de<br />

Caoc O'Leary, una pieza favorita y diflcil de declamar dicho sea de paso del pobre<br />

John Casey y un fragmento de poesía perfecta a su manera. Nunca sobre la esposa<br />

fugada que vuelve, por muy devota que fuera del ausente. ¡La cara en la ventana!<br />

Juzguen cuán asombrado se quedaría cuando por fin llegara a la meta y cayera en la<br />

cuenta de la horrible verdad en lo tocante a su media naranja, destrozada por su<br />

cariño. No me esperabas pero he venido a quedarme y empezar de nuevo. Ahí<br />

sentada, mujer sin hombre, al amor de la lumbre de siempre. Me cree muerto,<br />

mecido en la cuna de las profundidades. Y ahí sentado el tío Chubb o Tomkin,<br />

según se trate, el tabernero del Crown and Anchor, en mangas de camisa, co-<br />

miéndose un filete de lomo con cebolla. No queda silla para el padre. ¡Bruu! ¡El<br />

viento! A su flamante recién llegado lo tiene sobre las rodillas, hijo postmortem.<br />

¡Galopín, galopante, mi alegre galope rompe el viento, galopín, galopante!<br />

Resígnate ante lo inevitable. Sonríe y aguanta. Quedo de ti con todo mi amor tu<br />

esposo roto el corazón D. B. Murphy.<br />

El marinero, que apenas parecía residente de Dublín, se volvió hacia uno de los<br />

caleseros con el ruego:<br />

-¿No tendría por casualidad algo así como un mascadijo de tabaco de sobra?

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